lunes, 23 de septiembre de 2013

Evolución?

Hubo un tiempo, en los albores de la humanidad, en el que la tierra era nuestra casa y también un lugar inhóspito que tan pronto nos cobijaba como jugaba con nosotros cual frágiles insectos. Su grandeza era incontestable frente a cualquier ser vivo.
El hombre entonces, ajeno al conocimiento y la ciencia, deambulaba por su faz, mirando al firmamento y sintiéndose un ser vulnerable y frágil. Los dioses eran las estrellas y los astros, el sol, la luna, el firmamento, el mar, el fuego, el viento, la misma tierra… 
Todo aquello que no comprendíamos, todo aquello que nos hacía sentirnos pequeños. Fuimos aprendiendo a vivir, casi como gusanos, como reptiles, como lobos, como osos, como hormigas, copiamos sus patrones y seguimos sintiéndonos igual de animales que ellos pero provistos de algo que nos hacía avanzar, dominar, someter, cazar, subyugar.
Esto al menos nos contaron, en los libros de historia en base a rigurosas observaciones científicas, a estudios arqueológicos, astronómicos, matemáticos, ya sabéis toda la historia oficial. Pero como en todos los cuentos que se cuentan, a veces las realidades y los mitos y leyendas se mezclan y uno termina dando más credibilidad a lo fantástico que a la crónica histórica, de esa forma el rico arqueólogo prusiano Schliemann descubrió con la ayuda de su pasta gansa y la lectura de la Ilíada de Homero, enclaves como Troya, Micenas o Tirinto.

Pusimos nuestra inteligencia o nos dotaron de ella, para encaminarla al servicio de nuestros intereses, creyéndonos y siendo superiores al resto de los seres vivos, gracias a nuestras manos y herramientas, a nuestra capacidad de organizarnos, de planear, de estudiar, de aprender, de diseñar, sin saber que éramos moradores de un planeta que se regía por leyes físicas y matemáticas. Aprendimos con el atributo de la inteligencia, esa cualidad que nos hace avanzar y complicarnos a la vez, que éramos los escogidos para dominar nuestra madre tierra y todos los seres que en ella habitaban. Recibimos un don propagado en nuestros ancianos genes, nuestras antiguas civilizaciones supusieron la génesis y el declive de muchos pueblos, costumbres y culturas.
Ahora, después de miles o cientos de miles de años, creyendo saber de dónde venimos, a dónde vamos y qué y quiénes somos, seguimos teniendo el mismo desconsolante e incierto conocimiento, los mismos interrogantes, la misma jodida ignorancia que tenían nuestros antepasados recientes y remotos. Disfrazada esa ignorancia en la actualidad de un saber especializado, de una tecnología in crescendo, sin embargo seguimos estando alienados sin darnos cuenta y seguimos creyendo todo lo que nos han enseñado en las escuelas y libros, refutando cualquier otro saber, despreciando cualquier otra teoría, tachando de freak o iluminado o conspiranoico a quien sugiere únicamente preguntar o cuestionar si la base sobre la que se cimienta nuestro conocimiento es verdad o es una simple justificación.
Seguimos cómodos con todos y cada uno de los cuentos y medias verdades con las que nos han dormido y enseñado, sin darnos cuenta seguimos de forma inconsciente educando a nuestros hijos en mentiras piadosas en un patrón de conducta similar con ellos al que utilizan quienes nos manipulan con nosotros. Nos ocultan la verdad en todo y de todo.