martes, 28 de octubre de 2014

La luna llena

La luna plena, llena, la linterna incandescente del cielo, parece un blanco agujero sobre el que pudieran pasar una a una las estrellas. Sin embargo ninguna estrella cabría en ese pequeño agujero, si tal cosa fuera.

Y tan grande y brillante nos parece en el firmamento, tan deslumbrante, tan mágica, una ilusión, una quimera, un espejismo que nos ciega, más una bella visión de la que no podemos apartar la mirada, como el enamorado de su amada. 
Y aún sabiendo este engaño de los sentidos, nos atrae con su magnetismo, nos eriza la piel, nos hipnotiza, nos transmuta con su poder, a los lunáticos, a los que sueñan despiertos y son alcanzados por sus flechas de plata, a los que son capaces de llegar al alba sin dejar de mirar al cielo para verla, a los que la buscan de día y entre tinieblas, como un faro en la oscuridad, como una brújula celestial, como una vieja amiga que siempre te acompaña y te sigue de cerca.
Anciana venerada del firmamento, guía de barcos y mareas, luminosa y hechicera, invocadora de cambios y evocadora de nostalgias, capaz de tapar al sol, amarillenta, rojo sangre, blanca leche del cielo, a veces negra, diana de versos, prostituta y virgen de poetas, musa de pintores, reclamo de aullidos y temores inveterados, dulce espectro de miles de millones de años, testigo mudo de la tierra, vigilante impertérrita de cuanto ha acaecido y de cuanto acaecerá sobre este universo tan lejano que vemos tan de cerca.