sábado, 5 de octubre de 2013

Alguna vez existió la coherencia... Y nihil novi sub sole.

Un amigo me ha contado que un vecino le contó que conocía a un un anciano pescador que en una ocasión le contó que conoció a un tipo que en el transcurso de una fiesta navideña, tal vez embriagado por el champagne o por el vino, le confesó, que una vez supo de alguien que era coherente. Hablar de coherencia en una fiesta navideña es muy improbable, por lo tanto no sé si darle crédito a esta historia, pese a la inmensa sabiduría que atesoraba nuestro viejo pescador, según logré descubrir tras conocer, aunque fuera de oídas, tan extraño como sorprendente hallazgo. Pensar que alguien en algún lugar alguna vez hizo lo que decía, imaginar que en este largo y ancho mundo, en todas y cada una de las sociedades civilizadas, ha habido, existió alguna vez alguien coherente, que actuó como pensaba, que era íntegro, que plasmaba en hechos reales sus creencias e ideas, que no se dejaba manipular por las costumbres ni por los ciegos tentáculos de lo socialmente establecido, que a diario se enfrentaba a situaciones inevitables que podían resquebrajar la coherencia con la misma facilidad que un cuchillo se introduce en la mantequilla, pensar en el esfuerzo titánico de cada neurona y conexión cerebral al servicio de actuar conforme a lo que uno piensa que es correcto, íntegro y necesario, a sabiendas que terminarán crucificándote. Así pues, partiendo de estos pensamientos que me produjeron gran confusión espiritual y no menos desazón intelectual, junto con una enorme expectación por conocer en qué había derivado la singular "coherencia" de nuestro querido y anónimo personaje, me presté a investigar sobre él. Y fui a hablar con el pescador, para mi sorpresa se llamaba Simón, esto me hizo caer en la cuenta más tarde que nada es por azar, que parece que todo ha ocurrido una vez y vuelve a ocurrir siempre, que nada nuevo hay bajo el sol. Y que los libros del pasado narran lo que va a suceder en el futuro, ese lugar en el que todavía no estamos. Y Simón me contó que su padre le había contado, que a su vez a su padre le había contado su padre, y éste a su padre, y así sucesivamente entre varias generaciones de pescadores, llamados indistintamente Simón, Pedro, Juan, Tomás, Felipe, Santiago... que el hombre al que conocieron muchos siglos atrás, se llamaba Jesús y murió crucificado, y llenaron su cabeza de espinas y clavaron lanzas en su pecho y en su costado, en su corazón y los siglos posteriores hablaron de él como el Hijo del Hombre. En el Oriente se cuenta una historia similar, pero el personaje se llamaba Buda, el Iluminado, vivió 500 años antes de Jesús y murió a los 80 años tras una vida llena de vicisitudes en busca de la verdad, alcanzando finalmente la iluminación, su paranirvana. Por contra, nuestro Jesús, murió crucificado a los 33 años. Y hete aquí, de los pocos hombres que tenemos noticia en nuestros días que practicaron y buscaron la verdad y la coherencia y por esa razón, le han levantado templos y les han salido intérpretes que siguen o comercian con su nombre y desvirtúan sus enseñanzas a su antojo y es que todo se torna bajeza, cuando llega el arrabal del negocio, o cuando los intereses y el egoísmo se anteponen a los principios básicos. En el Limb0