jueves, 12 de junio de 2014

El profesor


El profesor Heliodoro Lienmayer tenía su propia metodología, sin ser métodico.
Escogía al azar un día de la semana, para hablar de filosofía sin ceñirse al plan académico. Ese día, su concurrencia eran estudiantes novatos, de primer año, recién llegados a la universidad.
El Profesor Lienmayer amaba su profesión, tenía su propio sentido de la filosofía, tan subjetivo y ecléctico como el compendio de la filosofía misma, según él mismo pensaba.
En el aula tomaban apuntes y notas un grupo reducido de alumnos, no llegaban a treinta, si bien el aula podía albergar a más de doscientos. El profesor sabía que cada vez interesaba menos la filosofía, que parecía una disciplina relegada a la docencia o al estudio de sesudos filósofos de antaño...

Divagaba sobre sus insustanciales conjeturas de aquel primer día de un nuevo año académico, ser filósofo y a la vez un hombre corriente, con una familia casi testimonial, sólo vivía su anciano padre, no tenía compañera, ni hijos, se había entregado por completo a su pasión por la filosofía y los libros, era distinto a otros compañeros que llevaban una vida más al uso, con hijos, mujer, hermanos, padres, suegros, profesores de filosofía que pululaban por universidades e institutos, con una una hipoteca, un perro, un coche destartalado. Lienmayer tenía cierta serenidad y desapego de las costumbres sociales, sin ser un misántropo, vivía como tal.


Comenzó a hablar al auditorio, tras un carraspeo que sirvió para llamar la atención y de paso acallar el rumor que empezaba a crecer entre el nuevo alumnado, al que Lienmayer escudriñó con su mirada, reparando en el escaso número de mujeres que había en su clase...

"Tomen nota o escuchen, o ambas cosas, como quieran...
En el 2011 se alcanzaron los 7000 millones y pico de seres humanos en el mundo.
Más de 4000 millones de ellos en Asia, el resto, repartido entre los demás continentes. 
¿Cuántos pensamientos y neuronas caben en siete mil millones de cerebros a lo largo de la historia de la humanidad? ¿Cúal es la cualidad que nos identifica como los seres vivos supuestamente más creadores, transformadores y destructores de esta tierra que pisamos, de cinco billones de años, en la que apenas llevamos dos millones de años?
¿Qué nos diferencia de cualquier otro ser vivo, de cualquier animal o planta? 
¿No somos acaso finitos, no nacemos, no vivimos, no nos reproducimos y morimos cada uno en su tiempo? 

Nos diferencia todo cuanto hemos inventado para saber, para vencer cada miedo e interrogante, para saltar por encima de la plausible idea que estamos de paso y somos enteramente prescindibles, aunque para todos, la existencia sea la primera razón por la qué vivir, todos sabemos que el viaje tiene un comienzo y un fin certero, sabemos el comienzo pero el final está velado.

¿Acaso sabemos el nivel de sensibilidad e inteligencia de otros seres vivos, de otros animales, de otras plantas y árboles? 
De cualquier cosa que tenga vida propia... 
Somos hechos de la misma materia dicen algunos sabios, pero la materia es un concepto enteramente humano. ¿Acaso sabemos el origen y la finalidad de lo que hemos etiquetado como materia? ¿Conocemos la nada? ¿El vasto universo infinito? ¿La no existencia y la génesis del primer átomo de vida? ¿Acaso algún día podremos acceder al conocimiento velado durante milenios? Hipótesis y teorías innumerables para explicar enigmas sobre las que aún albergamos todas las preguntas. La filosofía parte de la interrogación, de la necesidad de saber, de nuestra curiosidad.
La tierra nos da la vida y en ella terminamos depositando cada átomo de nuestro cuerpo, cada código genético, cada resquicio de sangre y huesos para terminar convertidos en polvo, en barro, en cenizas que un día se integrarán en los eones de cenizas que vagan por el universo formado de materia y generando nueva materia, el universo conocido y el que nuestros instrumentos y ayudas tecnológicas actuales son incapaces de mesurar, de calibrar, de atisbar ..."

El profesor se quedó callado, miró su reloj, había llegado al ecuador de la clase y sentía que se estaba yendo por las ramas.
Los alumnos se miraban perplejos y escuchaban atentos.
Volvió a mirar su reloj e inesperadamente propuso un debate.

Los alumnos siguieron sentados, prestos a seguir tomando notas.
El profesor preguntó en voz alta si alguien sabía el objeto y la causa de la filosofía, alguien levantó la mano sin mucha convicción.

Horacio S. empezó a hablar tras la aprobación del profesor Heliodoro, que miraba con atención a éste, por alguna extraña razón, su cara le resultaba familiar, había algo en sus ojos, en la expresión de su rostro, en sus facciones... 

" La filosofía es la búsqueda incesante de preguntas sin respuestas por el mero hecho de amar el saber". 

El profesor asintió, dio las gracias a Horacio y continuó impartiendo su improvisada clase, pero seguía pensando en la cara de Horacio, cada vez con más intensidad, como si una idea fija se hubiera instalado en su cerebro, y de pronto, una luz se abrió, entre oscuros recovecos viajó a su pasado más remoto, a la adolescencia, casi 40 años antes... Continuó hablando como un autómata, ya su propio discurso era una cantinela para sí mismo. 

Su visión le dejó tocado, muy tocado... Pero seguía con su clase.

- Es desvelar lo que permanece oculto a nuestro intelecto, contagiarnos de la llama que nos hace ir más allá de cualquier prohibición ética, moral, racional incluso, para desvelar la verdad, es luchar por dotar de un sentido a nuestra finita vida, un regalo que disfrutamos y malgastamos pensando demasiado, qué contrariedad que por amor a una idea, uno termine empeñando su vida y haciendo de ello un premio o un castigo, porque a medida que utilizamos más el intelecto y la filosofía, seguimos sabiendo tan poco como al principio del viaje y si logramos saber, a veces, no es más que una pequeña muestra que no nos sirve de nada, frente a los grandes interrogantes de la humanidad desde el principio de los tiempos.  

El objeto de la filosofía debe ser vivir aprendiendo o aprender a vivir, sin ser un ser de apariencia humana con instintos básicamente primarios.

En un giro inesperado, el profesor le preguntó a Horacio S. qué le había impulsado o llevado a estudiar filosofía.

Horacio S. se mostró dubitativo por unos instantes para terminar respondiendo, que su filósofo favorito fue, era, su madre...


Algo contrariado el profesor, preguntó la razón de aquella admiración.


- Profesor Lienmayer, mi madre es una persona estoica y fuerte, me enseñó a amar los libros, a no prejuzgar, a buscar la verdad.


- ¿Cómo se llama tu madre, Horacio?


El resto de la clase asistía atónito al extraño diálogo que se estaba produciendo en medio de la clase del reputado profesor.


- Sofía Senda

El profesor tragó saliva, y retrocedió unos pasos para buscar casi a tientas la silla, no había sido ninguna mala pasada de su mente, se confirmaron sus sospechas, aquel chaval era idéntico a ella.


Lienmayer recordaba a Sofía, la amó en su adolescencia, fue un amor inconfesado, secreto, un amor en silencio, de esos que se forjan como ideales y que dicen ser platónicos. La vida les separó después, y ahora al cabo de cuarenta años, se encontraba con el que podía haber sido su hijo, con el que tal vez fuera su hijo. 


Porque Lienmayer volvió a ver a Sofía diecinueve años antes en una noche de verano y curiosamente allí frente a él, tenía al fruto de su amor, o no.

Horacio S. le recordaba a él mismo, a su anciano padre, a Sofía, sí, tenía que ser, no podía ser de otra manera. Qué giro del destino.

H. Lienmayer dio por finalizada la clase, visiblemente emocionado y a la vez confuso, supo en aquel mismo momento que tendría que replantearse el sentido de su vida y la base de su filosofía, tras descubrir que una parte de sí, podría vivir en un futuro, que hasta entonces había sentido como un gran agujero negro.