sábado, 27 de diciembre de 2014

El invierno de los libros...

Escribo porque apenas leo ya libros impresos, los llevo a mis manos, los abro al azar para terminar convirtiéndose en algo doloroso y acabo cerrándolos.
Se amontonan en mi mesita de noche, formando un listado interminable de lecturas postergadas, de autores pendientes, de revisitaciones apalancadas, de historias que me esperan. 
Abandoné el hábito que antaño me hizo sentir especial, yo era un lector apasionado, casi compulsivo, lo sigo siendo, pero ya no leo libros, releo aquellos que me marcaron, releo pasajes y páginas evocando a la suerte de la casualidad, leo lo que escribo encontrando escasa complacencia en las historias, salvo en contadas ocasiones en que parece no ser yo quien escriba, sino alguien o algo que dicta a mi cerebro, que ordena a mis dedos deslizarse por las letras conjugando verbos, construyendo ficciones reales o realidades ficticias, concatenando frases, y ese alguien  o algo, aparece cada cierto tiempo, entregándome a la creación de este oficio, que a veces ejecuto como artesano y otras atropelladamente, pareciendo que escribieran mis tripas.

Creo que cada vez lee menos gente, que leer los libros que pueblan las bibliotecas nuestras y las de nuestros amigos, se ha convertido en algo tedioso que nos distrae de las inmediateces tecnológicas en boga, leer es casi sinónimo de aburrimiento supino en estos tiempos donde corre todo tan deprisa y los libros van muriendo, abaratándose...

Los clásicos se oxidan, se arrugan, se enmohecen a la par que nosotros, que llegamos al principio de su final. 
Leer en suma, cualquier cosa que no sea lo que nos dicta la moda imperante, la rutina tecnológica, es casi una entelequia.

Me contaba un amigo que ya no hacía falta quemar ni esconder los libros como otrora hicieran en tiempos del medievo o en tiempos quijotescos, en épocas donde el libro era el único vehículo del conocimiento y aparecía parejo a él, la censura, o en ficciones futuristas, que ya los libros reposaban en un estado de letargo y abandono, olvidados e ignorados del gran público, sustituidos por modernidades al uso. 

Que él superaba con mucho a la media lectora del escaso porcentaje, que lee libros por estos pagos, rondando su número, las tres decenas anuales.
Tuve que confesar que apenas si me leía dos al año ya, que viví épocas, hace años, en la que pude superarle, pero ahora no, también desde hacía varios años, porque ya se me había olvidado cuando empezó a poseerme esta pereza para acometer la lectura, yo que fui impulsor y catalizador de nuevos lectores, que me vanagloriaba de ello, yo, que hice de la lectura mi única religión, que hice prosélitos de Hugo, de Quevedo, de Chejov, de Zola, de Poe, de Toole, de Eslava, de Voltaire y de otros menos ceremoniosos y peores novelistas.

Pensé en los sustitutos tecnológicos in crescendo a los que hemos sucumbido durante todos estos últimos años, recibidos como liberadores y magnificados como obligatorios, sustitutos necesarios, aplaudidos por su perfección y miniaturización, sustitutos que nos merman la vista seduciéndonos con colores y sonidos que buscamos repetir, en un ejercicio diario sin desconexión posible.

Nos disipan la voluntad, leemos las noticias online, leemos whatsapp, mails, estados, muros, perfiles, timelines y nos vamos olvidando del universo que poblaba nuestra imaginación primera, por contra, no hemos olvidado la impresión que nos produjo la primera novela, el sabor dulce y amargo de una historia, la mente abriéndose como una fruta, expandiendo su conocimiento.
Hemos escogido optimizar frente a reflexionar, hemos escogido el disfrute instantáneo al disfrute sostenido que propiciaban los libros ...

Y piensan otros que leer era cosa de locos, aburridos, de sesudos estudiosos, de antiguas amas de casa, de ilusos ociosos, de gentes sin ocupación y piensan ahora que leer, es una tarea titánica que requiere una gran concentración y mucho tiempo libre, por eso nadie lee  ni compra ya esos libros que sigues viendo cada año en los kioskos y stands de ferias de libros, rebajados de precio cada año más y más.

Te topas en las redacciones on line de determinados periódicos y en titulares de programas televisivos, verdaderas barbaridades gramaticales y ortográficas que a casi nadie importan y mucho menos perciben, la gran mayoría.
Salvo aquellas personas que leyeron mucho y aún siguen leyendo, esperando emocionarse con un libro entre sus manos o cuando menos, en lo más insustancial de sus minilecturas más inocuas y desabridas, no toparse con un error de bulto en la gramática, en la sintaxis, en la ortografía del titular de una noticia o en la exposición de la misma, no hablo ya del whatsapp.

Por eso Marenostrum escribo, para leer algo, aunque sea a mí mismo, para bucear en lo que pasa por mi cerebro, sometiéndome a la disciplina de mi mismo frente al horror vacui del folio o la pantalla en blanco, para intentar evocar las palabras y las historias que me conmovieron cuando era mucho más joven, para seguir viajando a otros escenarios distintos o abundar en los que creo conocer bien, para reírme de mi mismo en el futuro, cuando lea lo que escribí en el pasado, para ratificar en ese mismo futuro, que todo era como ya había escrito en el pasado, para entender mi presente, para exprimirlo con la satisfacción de lo único que me produce endorfinas positivas aunque hable de tristezas. 
Salud amiga.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Oh sole mío...

En los días fríos del otoño que roza ya  con el invierno, cuando comienzan a germinar en la tierra los hongos, sales como de puntillas, pidiendo paso entre nubarrones negros y días umbríos. Y uno no puede evitar sonreír...

Puede que no seas el centro de esta galaxia, una entre miles de millones, como tampoco lo es la tierra, puede que seas una pequeña esfera, una canica, en comparación con cualquier gigante roja, puede que las nubes te oculten y que la lluvia te apague, pero para nosotros siempre llegas y nos echas a las calles y los campos, a la carretera, al camino, a los senderos, a la vida. 

Sales en todo tu esplendor y es una fiesta, de repente se llenan las calles, las plazas, los parques, las tiendas, los bares de pueblos y ciudades, y la gente se relaja con tu calor y se abandona a tus rayos benefactores.

Y vienen de otras latitudes para verte, para sentirte, para sonreírte, para entregarse al cálido abrazo de tu poder de vida, para alimentarse de tu fluido.

Y piensan que sales cada día, o que te ocultas, pero eres omnipresente y omnipotente, llegas a cada resquicio, puedes con todo, por eso desde la noche de los tiempos te adoraban como un dios, te ofrecían sacrificios, te veneraban dándote nombres distintos en cada rincón de la tierra, en cada civilización, te levantaban templos y te dibujaban con rostro y hacían de tus poderosos rayos, extremidades infinitas.

Reverberas sobre la tierra, sobre cada grano minúsculo de arena, sobre el polvo y la lluvia, sobre nuestras cabezas, majestuoso y preciso, ajeno a desastres naturales, a odios y guerras, a miserias humanas, a fastos y pomposidades, a títulos y méritos, a causas y oportunidades, tu eres el sempiterno rey de nuestro universo.