viernes, 3 de abril de 2015

Fugacidad...



Borré varios archivos de mi ordenador, eliminé algunas fotos duplicadas, otras pésimas, envié alguna carpeta al insondable limbo, a la venta del susodicho de Archidona, a esa papelera de reciclaje que creemos borrar del todo, sin asomo de bytes. 
Qué ilusos!!! Nada se puede borrar, sigue existiendo en algún lugar recóndito, o de nuestro ordenador, o de una una nube y por supuesto en nuestro propio cerebro, en alguna neurona dispersa. 
Lo sabes y no te importa y sigues con tu particular cruzada.
Destruyes algunos correos de los que no te sientes especialmente ufano, cómo cambiamos, la experiencia te hace ver ese proceso lógico que niegas creyendo ser uniforme.
Bloqueas contactos, quitas de tu agenda a todo aquel de quien no tienes noticias ni seguimiento, a todo y toda aquel o aquella a quien tu vida y tu suerte le importan un soberano carajo, en una reciprocidad lógica y algo angustiosa, al fin y al cabo, todo es cosa de uno y los demás y de los demás y de uno.
Piensas al volver a ojear después de muchos años, cada álbum de antiguas fotos, que es imposible aprehender los momentos que sugieren cada una de las instantáneas, pero no puedes permanecer inmune a cada estrago del tiempo, a cada momento tan diferente, a cada etapa tan distinta del presente, a tu propio yo de entonces, a tu felicidad indisimulada, a tu cara de asombro, a tu perplejidad, a tu ignorancia, a tu inocencia, a tu insultante y exultante juventud, a tu descaro, a tu despreocupación, a quienes te rodeaban y formaban parte de tu vida entonces.
Esos recuerdos se almacenan en nuestro cerebro más llenos de matices, no te cabe ninguna duda o cuando menos crees saberlo, pero nuestra inteligencia limitada, nuestra apreciación primera, a golpe de vista, soslaya ahora en el presente, con el paso de los años, en un acto casi programado e inevitable, cada época vivida en torno a esa imagen captada e inmortalizada, esa imagen que te acerca a tus orígenes, a tu familia, a tus mayores, a tus sobrinos e hijos, a tus amigos de siempre, a los de quita y pon.
Está casi prohibido anclarse a lo que te hizo feliz y/o desgraciado, a lo que te hizo lo que eres, está ordenado que debes crecer y envejecer y olvidar aquello que eras, por eso te cuesta trabajo o te duele mirar los álbums, casi tanto o más que el propio espejo. Aquello que fuiste, y de paso, erradicar cada día un poco más, a quienes fueron al igual que tú, a quienes te precedieron, a todos aquellos y aquellas que fueron contigo, antes, a la par y después que tú.
Un día hablé de los espejos y hoy he querido hablar de las fotografías. 
De esas huellas casi borrosas que te arrancan una sonrisa o te hacen verter una lágrima, de ese recuerdo lejano que aún te eriza el vello, que te hace que tragues saliva o se te encoja el corazón o se quede henchido. 
Y qué fácil eliminar un archivo, romper un papel, borrar una foto digital, y cuán difícil romper una foto del pasado, una imagen sagrada de lo que fuimos, el germen de lo que hemos devenido, las sonrisas que jamás volveremos a ver, de aquellos que amamos, que seguimos amando, de quienes ya no están, del tiempo que se marchó veloz, sin preguntarnos, ajeno a nosotros.
Hoy revisité esas fotos y me sentí bien, alegre porque pasaron esos momentos, porque vive en plenitud, triste, porque jamás ya se repetirán, pero ilusionado y motivado, porque aún quedan muchas fotos y muchos álbumes que rellenar en mi vida y así nadie podrá evitarlo. Pero quién sabe? El tiempo tiene la respuesta.