jueves, 15 de enero de 2015

Babel

Inspirado en La Pagoda de Babel, de Chesterton, se me ocurrió ésta historia, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia...

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Desde la cima del poder, crearon un nuevo ministerio, un ministerio con licencia para contaminar la información que percibían los ciudadanos, un ministerio de distracción y destrucción, parónimos coincidentes en significado, según se mire.
El cometido final de tan siniestro ministerio, era el control y la alienación, mediante la semilla de la confusión. Cualquier medio, justificaría el fin perverso de dicha organización.
Si bien este ministerio existía de siempre, en estos tiempos había logrado un desarrollo imparable, hasta el punto de ser capaz de generar exponencialmente, las mentiras que pululaban por los medios, las medias verdades, las escasas verdades, la fidelización del aborregamiento, inculcado mediante poderosas herramientas que controlaban y usaban a su antojo, no pudiendo nadie ser ajeno o verse libre de tan fantástica opresión encubierta, salvo por algunos recursos no del agrado de todos; el nihilismo, la mordacidad, la ironía, la sátira, el humor del absurdo, la caricatura, el estudio, la observación, el aprendizaje, el rigor, la honestidad, la franqueza, el análisis, tanto juntos como por separado, y siempre en conflicto, 
En definitiva, la concesión al uso de otra herramienta, la más poderosa conocida de nuestra especie; el cerebro. Cotizaban al alza los que tenían actividad cerebral, los que se molestaban en razonar fríamente sobre el origen de la información y procuraban ponerla en solfa a los ojos de la masa, acabando por lo general tan encomiable como osado conato, en vaga e infructuosa intentona, pues había algo más poderoso que la razón, por lo general; la confusión, la ignorancia, el miedo, la pertenencia irracional a una causa. Y viendo los primeros lo vano de su fallida empresa, terminaban tirando la toalla y guardando para provecho propio sus razonamientos, dejando por imposibles y perdidos irremisiblemente a los otros. Porque al fin y a la postre, cada uno creía tener su propia verdad y nadie era monopolizador de la misma, salvo los fanáticos, ni podía haber una verdad universal y un estado de cosas que rigieran las creencias y las ideologías del orbe, el totalitarismo y las dictaduras que asolan cual tsunamis en diferentes puntos.
Y ese mundo, candidato recurrente al total totalitarismo tan denostado, se había convertido en una torre de babel mundial que se hacía más y más grande con cada bulo, con cada distracción mediática, con cada cortina de humo, con cada fake, con cada bandera negra, con cada noticia manipulada, cercenada y sucia y no contrastada, con cada invención entregada al orbe, con cada dato absurdo dado por cierto, en diferentes escalas, local, regional, nacional, continental, planetaria.
Los servicios de inteligencia estaban al servicio del dinero y de los negocios turbios.
La verdad y la objetividad eran tan escasas como las pepitas de oro del curso esquilmado de los ríos. Así los ciudadanos, el común de los mortales, al estado lastimoso de sus grises existencias, a la imagen apocalíptica de la crisis de valores y del ciclo de las vacas flacas, unían la pesadumbre de lo incierto o la facilidad de engullirlo todo cual esponja, sin paso previo por tamiz alguno, convirtiéndose en propagadores gratuitos y vehículos involuntarios de falacias y manipulaciones, en soldados de la burla, en mercenarios sin sueldo de la confusión.

Babel moderna
Crónicas neuróticas