viernes, 30 de enero de 2015

Retablos



El profesor de lengua y literatura le dijo al chaval de 13 años que cuando escribiera la palabra dios, lo hiciera con mayúscula, que Dios no era una palabra más, que Dios era la Palabra. El chaval seguía viendo una palabra en la combinación de vocales y consonantes. En esa misma palabra, el profesor veía a Dios, cosa muy normal, porque además de profesor era sacerdote y veía a Dios por todas partes, a pesar que no se le notaba mucho, tenía expresión amargada y el semblante de un juez que  estuviera dictando a cada paso lo que hubiera que hacer, de vez en cuando acertaba o eso creían entonces, su elevado número de alumnos, de distintos cursos y materias. 
Era natural rebelarse contra aquella figura autoritaria, contra aquellos hábitos negros, contra un tipo anacrónico que ya vislumbrara entonces y  que años más tarde terminó asociando con el lado oscuro de las cosas, con el pasado resultado del producto de una mezcolanza de enseñanza y educación, a veces valiosa, de firmes principios, no exentos de tintes rancios, trasnochados, reprimidos, muy antiguos y que en ningún modo podían seguir alimentándose en aquellos adolescentes cachorros de la apertura democrática. Había que desembarazarse de aquello y luchar sin saberlo, contra la involución que representaba, contra la imposición de la voluntad propia y el libre albedrío para reclutar almas y adeptos a base de imponer obligaciones morales, preceptos de vida. 
No lo consiguió ni con el chaval ni con nadie más, pero les enseñó como nadie que una hipérbole era una exageración notoria al hablar, amén de otras cosas.
El sabía que su poder era efímero, por eso lo ejercía de modo tan perverso, con lo que no había nadie en su sano juicio, que no recelara de él.
La rebelión a veces propicia revelaciones, esa revelación que te dan los años cuando tampoco te has rebelado lo suficiente.
Dar categoría divina y mayúscula a la palabra dios, le resultó extraño y chocante al chaval. Con el tiempo, ya adulto, se percató que no todo lo que se escribe con mayúsculas es importante, que lo primordial era la idea que cada uno tuviera de su particular dios y buscó su dios particular, entre otras divinidades mayúsculas y minúsculas, entre palabras viejas y nuevas enlazadas, que formaban frases, que versaban prodigios, que contaban nimiedades y realidades de cualquier tiempo, que narraban historias, que evocaban ficciones y espectros del pasado.


sábado, 24 de enero de 2015

Carta a D. Frazorra


Carta a D. Frazorra

Adviento, epifanía, carnaval y cuaresma... 

Ya sabes lo que son hermano y amigo, pero te hablaré de ello, aunque lo sepas.

Modus vivendi, costumbres, símbolos que nos acompañan cada año de nuestras vidas, como adheridos a nuestra existencia entre el trajinar y lo cotidiano, paréntesis insoslayables, calendario impuesto y aceptado sin remisión.

Vividos de formas muy similares algunos de  ellos, por lo que llamamos Occidente, si bien otros, son en esencia del más profundo sur, de lo que llamamos civilización, del lugar que tú conoces, que yo conozco, ese en el que nos encontramos como especie en su elemento, puente y frontera de culturas y creencias, de tan amplio, como controvertido espectro.

Todos participamos de estas fiestas, sea cual sea el trasfondo; religioso, mitológico y/o pagano. Pertenecen a nuestra memoria colectiva, tradiciones milenarias y centenarias a las que no podemos ser ajenos en ningún modo, ritos heredados, arraigados, testimoniales variaciones, propiciadas por cambios gubernamentales o por nuevas generaciones.

Hay quienes las asumen con mayor grado de implicación, con entrega total y absoluta normalidad, otros resignados, esperando que amaine, otros como un suplicio y otros como lo que son, fiestas y evasiones de la realidad individual cotidiana. ¡Como si fuera posible olvidarse de lo que llevamos a gala o a cuesta!

Vivimos en sociedad y en una economía, que se nutre de dichos eventos, repitiéndolos adoptando nuevas formas, pero en esencia igual, de un año a otro, de un  siglo a otro. Incluso cuando no había medios masivos de comunicación y la economía era de trueque, todo se repetía como cuentas de rosario.

Griegos, romanos y cristianos nos han diseñado el calendario de nuestra vida, de nuestro tiempo, entre vueltas sobre sí misma de Gea, de ésta, al rey Helios y ciclos y fases de la diosa Selene. 

Calendarios julianos y gregorianos, César y el Papa, y entre medio, los astrónomos hilando fino para contentar a todos, sobre todo a los poderes terrenales, en aquellos tiempos, la Iglesia. La misma institución que ahora empieza a abrirse y a pedir perdón postrada por sus pecados ancestrales y actuales. Saben que no les queda otra para sobrevivir, que adaptarse a los tiempos, así, su negocio seguirá siendo próspero, tras cerca de dos milenios, copando la supremacía de las empresas más fructíferas.

Ese almanaque del banco que está colgado detrás de la puerta o el calendario pirelli del garaje más polvoriento, te lleva a ver números en negrita y en rojo, idus de varios meses consagrados a dioses paganos, equinoccios y solsticios, santorales, festejos, lunas; medias lunas, crecientes, menguantes, nuevas, plenilunios, mercurios, saturnos, así como vírgenes y santos del catolicismo y  la cristiandad.

El calendario está lleno de guiños a la historia de nuestra civilización, imperios y estamentos, poderes políticos, militares y o religiosos.

Estamos en perpetua celebración y fiesta en medio de otras obligaciones ineludibles, estamos en sagrada conmemoración, adoptamos casi sin querer, de forma inconsciente, a veces premeditada, a veces forzada, un disfraz de quita y pon para cada ocasión, nos sale natural y a la vez programado, tal cual si recibiéramos una orden celular, tan imbécil que a veces, el lunes somos una persona distinta del viernes o del sábado, estamos determinados por el calendario, por la latitud y por la altitud, por el clima.

Así, repasando los momentos marcados: en el adviento; en esa venida preparatoria que simboliza la llegada de Jesús, el mundo católico se viste con las galas de la concordia y la convivencia, de la solidaridad, de la limosna al pobre, del cariño a quienes sufren y el recuerdo más intenso por quienes se fueron y no podrán ver nacer al niño dios y por ende, otro nuevo año.

Brilla la familia, es el ensalzamiento de la misma, el núcleo sobre el que hemos asentado nuestra vida en sociedad. Y aquí, como en todo, generalizar es una banalidad, porque hay familias rotas, familias que soportan estoicamente reuniones que se hacen pesadas e interminables, familias con desgracias que no tienen el verde para pito, familias cojas, familias políticas, familias felices, familias desmembradas, familias que no pudieron reunirse, familias agraciadas, familias que se alejan y familias que vuelven... 

Moisés y Noé, Sodoma y Gomorra, Herodes y Ben Hur, portales de Belén, niño Jesús, María y José y la mula también, magos, pastores, estrellas, bueyes, burras y birras, mantecados, hartazgos, anuncios, perfumes, papasnoeles, resacas, reyes con camellos cargados de caramelos y de epifanía.

Oro, incienso y mirra, transmutados en tablets, plays, ipads, androids, carbón y seguidas las sacrosantas rebajas, y como colofón; el guantazo final de Jano, ese dios que da nombre al mes, dios de dos caras que tal vez nos simbolice a todos, tan contradictorios y camaleónicos, tan ceremoniosos y efímeros con cada costumbre, por mor del calendario.

Y cuando ya quieres creer que has sobrevivido a tan exacerbado e interminable rosario de ataques indiscriminados a tus castigadas, estoicas y paupérrimas neuronas, a digestiones lentas y pesadas, a la fuerza de la costumbre y a tus alforjas vacías, se va aproximando el dios Februo, que lejos de limpiarte, te acomete con su lanza y te entrega a la delectación de la carne y el disfraz, convirtiéndonos de repente en chirigotas, en comparsas, en sambas, en ruido infernal de pitos, en poetas, en chiflados, en payasos, en cantores, en color y juerga, en música rodante...

Y cuando ya has dejado de ver disfraces y soltaste el tuyo o no pensaste ni en ponértelo, llega la ceniza un miércoles y te avisa que en cuarenta días, día abajo, día arriba, y dependiendo de condiciones climatológicas favorables, a saber, que no llueva torrencialmente, terminarás viendo procesiones impepinablemente y en la tele pondrán Jesús de Nazareth, y verás el huerto de los olivos y a Judas colgando en una higuera y a Pedro negando tres veces y al buen ladrón y a la santísima resurrección.

Bandas de música con tambores, tamboras y trompetas, sones solemnes, encapuchados nazarenos de todos los colores, pasos ornamentados repletos de flores y velas, de paños y símbolos, moviéndose en volandas, imágenes centenarias veneradas por la muchedumbre enfervorizada.

Saetas, cantares, maderos, coronas de clavos, sahumerio, trance progresivo hasta el lunes de gloria, posterior a la resurrección. 

Liberación, es lo que tiene volver de entre los muertos o de quienes están muertos, sentir que has resucitado un millón de veces.

Entonces el calendario parece darnos una tregua para toparnos con la prima vera, un capítulo que pasa la página del frío o del calor del hogar y el recogimiento.

El primer verdor, que había pasado desapercibido entre culpas, expiaciones, crucifixiones, muertes, llantos, resurrecciones y gozos, salvo por el olor, el color y la luz de un día, que se agiganta y nos echa a la calle de nuevo, otra vez festivos, para empezar a atisbar a la vuelta de la esquina; ferias, cruces, romerías...

Por esto, hermano y amigo,  tal vez entiendas lo de irme a vivir a la Patagonia, y conociéndome bien como me conoces, muy probablemente, terminarás pensando, que acabaré hastiado de la fiesta de la Esquila o de cualquier otra tradición de esas lejanas latitudes y entonces, yo tendré que decirte aquello tan socorrido de: 

"fui a por lana y salí trasquilado" o rememorando a Gardel;  "como siempre, por una cabeza".

jueves, 15 de enero de 2015

Babel

Inspirado en La Pagoda de Babel, de Chesterton, se me ocurrió ésta historia, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia...

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Desde la cima del poder, crearon un nuevo ministerio, un ministerio con licencia para contaminar la información que percibían los ciudadanos, un ministerio de distracción y destrucción, parónimos coincidentes en significado, según se mire.
El cometido final de tan siniestro ministerio, era el control y la alienación, mediante la semilla de la confusión. Cualquier medio, justificaría el fin perverso de dicha organización.
Si bien este ministerio existía de siempre, en estos tiempos había logrado un desarrollo imparable, hasta el punto de ser capaz de generar exponencialmente, las mentiras que pululaban por los medios, las medias verdades, las escasas verdades, la fidelización del aborregamiento, inculcado mediante poderosas herramientas que controlaban y usaban a su antojo, no pudiendo nadie ser ajeno o verse libre de tan fantástica opresión encubierta, salvo por algunos recursos no del agrado de todos; el nihilismo, la mordacidad, la ironía, la sátira, el humor del absurdo, la caricatura, el estudio, la observación, el aprendizaje, el rigor, la honestidad, la franqueza, el análisis, tanto juntos como por separado, y siempre en conflicto, 
En definitiva, la concesión al uso de otra herramienta, la más poderosa conocida de nuestra especie; el cerebro. Cotizaban al alza los que tenían actividad cerebral, los que se molestaban en razonar fríamente sobre el origen de la información y procuraban ponerla en solfa a los ojos de la masa, acabando por lo general tan encomiable como osado conato, en vaga e infructuosa intentona, pues había algo más poderoso que la razón, por lo general; la confusión, la ignorancia, el miedo, la pertenencia irracional a una causa. Y viendo los primeros lo vano de su fallida empresa, terminaban tirando la toalla y guardando para provecho propio sus razonamientos, dejando por imposibles y perdidos irremisiblemente a los otros. Porque al fin y a la postre, cada uno creía tener su propia verdad y nadie era monopolizador de la misma, salvo los fanáticos, ni podía haber una verdad universal y un estado de cosas que rigieran las creencias y las ideologías del orbe, el totalitarismo y las dictaduras que asolan cual tsunamis en diferentes puntos.
Y ese mundo, candidato recurrente al total totalitarismo tan denostado, se había convertido en una torre de babel mundial que se hacía más y más grande con cada bulo, con cada distracción mediática, con cada cortina de humo, con cada fake, con cada bandera negra, con cada noticia manipulada, cercenada y sucia y no contrastada, con cada invención entregada al orbe, con cada dato absurdo dado por cierto, en diferentes escalas, local, regional, nacional, continental, planetaria.
Los servicios de inteligencia estaban al servicio del dinero y de los negocios turbios.
La verdad y la objetividad eran tan escasas como las pepitas de oro del curso esquilmado de los ríos. Así los ciudadanos, el común de los mortales, al estado lastimoso de sus grises existencias, a la imagen apocalíptica de la crisis de valores y del ciclo de las vacas flacas, unían la pesadumbre de lo incierto o la facilidad de engullirlo todo cual esponja, sin paso previo por tamiz alguno, convirtiéndose en propagadores gratuitos y vehículos involuntarios de falacias y manipulaciones, en soldados de la burla, en mercenarios sin sueldo de la confusión.

Babel moderna
Crónicas neuróticas