sábado, 24 de enero de 2015

Carta a D. Frazorra


Carta a D. Frazorra

Adviento, epifanía, carnaval y cuaresma... 

Ya sabes lo que son hermano y amigo, pero te hablaré de ello, aunque lo sepas.

Modus vivendi, costumbres, símbolos que nos acompañan cada año de nuestras vidas, como adheridos a nuestra existencia entre el trajinar y lo cotidiano, paréntesis insoslayables, calendario impuesto y aceptado sin remisión.

Vividos de formas muy similares algunos de  ellos, por lo que llamamos Occidente, si bien otros, son en esencia del más profundo sur, de lo que llamamos civilización, del lugar que tú conoces, que yo conozco, ese en el que nos encontramos como especie en su elemento, puente y frontera de culturas y creencias, de tan amplio, como controvertido espectro.

Todos participamos de estas fiestas, sea cual sea el trasfondo; religioso, mitológico y/o pagano. Pertenecen a nuestra memoria colectiva, tradiciones milenarias y centenarias a las que no podemos ser ajenos en ningún modo, ritos heredados, arraigados, testimoniales variaciones, propiciadas por cambios gubernamentales o por nuevas generaciones.

Hay quienes las asumen con mayor grado de implicación, con entrega total y absoluta normalidad, otros resignados, esperando que amaine, otros como un suplicio y otros como lo que son, fiestas y evasiones de la realidad individual cotidiana. ¡Como si fuera posible olvidarse de lo que llevamos a gala o a cuesta!

Vivimos en sociedad y en una economía, que se nutre de dichos eventos, repitiéndolos adoptando nuevas formas, pero en esencia igual, de un año a otro, de un  siglo a otro. Incluso cuando no había medios masivos de comunicación y la economía era de trueque, todo se repetía como cuentas de rosario.

Griegos, romanos y cristianos nos han diseñado el calendario de nuestra vida, de nuestro tiempo, entre vueltas sobre sí misma de Gea, de ésta, al rey Helios y ciclos y fases de la diosa Selene. 

Calendarios julianos y gregorianos, César y el Papa, y entre medio, los astrónomos hilando fino para contentar a todos, sobre todo a los poderes terrenales, en aquellos tiempos, la Iglesia. La misma institución que ahora empieza a abrirse y a pedir perdón postrada por sus pecados ancestrales y actuales. Saben que no les queda otra para sobrevivir, que adaptarse a los tiempos, así, su negocio seguirá siendo próspero, tras cerca de dos milenios, copando la supremacía de las empresas más fructíferas.

Ese almanaque del banco que está colgado detrás de la puerta o el calendario pirelli del garaje más polvoriento, te lleva a ver números en negrita y en rojo, idus de varios meses consagrados a dioses paganos, equinoccios y solsticios, santorales, festejos, lunas; medias lunas, crecientes, menguantes, nuevas, plenilunios, mercurios, saturnos, así como vírgenes y santos del catolicismo y  la cristiandad.

El calendario está lleno de guiños a la historia de nuestra civilización, imperios y estamentos, poderes políticos, militares y o religiosos.

Estamos en perpetua celebración y fiesta en medio de otras obligaciones ineludibles, estamos en sagrada conmemoración, adoptamos casi sin querer, de forma inconsciente, a veces premeditada, a veces forzada, un disfraz de quita y pon para cada ocasión, nos sale natural y a la vez programado, tal cual si recibiéramos una orden celular, tan imbécil que a veces, el lunes somos una persona distinta del viernes o del sábado, estamos determinados por el calendario, por la latitud y por la altitud, por el clima.

Así, repasando los momentos marcados: en el adviento; en esa venida preparatoria que simboliza la llegada de Jesús, el mundo católico se viste con las galas de la concordia y la convivencia, de la solidaridad, de la limosna al pobre, del cariño a quienes sufren y el recuerdo más intenso por quienes se fueron y no podrán ver nacer al niño dios y por ende, otro nuevo año.

Brilla la familia, es el ensalzamiento de la misma, el núcleo sobre el que hemos asentado nuestra vida en sociedad. Y aquí, como en todo, generalizar es una banalidad, porque hay familias rotas, familias que soportan estoicamente reuniones que se hacen pesadas e interminables, familias con desgracias que no tienen el verde para pito, familias cojas, familias políticas, familias felices, familias desmembradas, familias que no pudieron reunirse, familias agraciadas, familias que se alejan y familias que vuelven... 

Moisés y Noé, Sodoma y Gomorra, Herodes y Ben Hur, portales de Belén, niño Jesús, María y José y la mula también, magos, pastores, estrellas, bueyes, burras y birras, mantecados, hartazgos, anuncios, perfumes, papasnoeles, resacas, reyes con camellos cargados de caramelos y de epifanía.

Oro, incienso y mirra, transmutados en tablets, plays, ipads, androids, carbón y seguidas las sacrosantas rebajas, y como colofón; el guantazo final de Jano, ese dios que da nombre al mes, dios de dos caras que tal vez nos simbolice a todos, tan contradictorios y camaleónicos, tan ceremoniosos y efímeros con cada costumbre, por mor del calendario.

Y cuando ya quieres creer que has sobrevivido a tan exacerbado e interminable rosario de ataques indiscriminados a tus castigadas, estoicas y paupérrimas neuronas, a digestiones lentas y pesadas, a la fuerza de la costumbre y a tus alforjas vacías, se va aproximando el dios Februo, que lejos de limpiarte, te acomete con su lanza y te entrega a la delectación de la carne y el disfraz, convirtiéndonos de repente en chirigotas, en comparsas, en sambas, en ruido infernal de pitos, en poetas, en chiflados, en payasos, en cantores, en color y juerga, en música rodante...

Y cuando ya has dejado de ver disfraces y soltaste el tuyo o no pensaste ni en ponértelo, llega la ceniza un miércoles y te avisa que en cuarenta días, día abajo, día arriba, y dependiendo de condiciones climatológicas favorables, a saber, que no llueva torrencialmente, terminarás viendo procesiones impepinablemente y en la tele pondrán Jesús de Nazareth, y verás el huerto de los olivos y a Judas colgando en una higuera y a Pedro negando tres veces y al buen ladrón y a la santísima resurrección.

Bandas de música con tambores, tamboras y trompetas, sones solemnes, encapuchados nazarenos de todos los colores, pasos ornamentados repletos de flores y velas, de paños y símbolos, moviéndose en volandas, imágenes centenarias veneradas por la muchedumbre enfervorizada.

Saetas, cantares, maderos, coronas de clavos, sahumerio, trance progresivo hasta el lunes de gloria, posterior a la resurrección. 

Liberación, es lo que tiene volver de entre los muertos o de quienes están muertos, sentir que has resucitado un millón de veces.

Entonces el calendario parece darnos una tregua para toparnos con la prima vera, un capítulo que pasa la página del frío o del calor del hogar y el recogimiento.

El primer verdor, que había pasado desapercibido entre culpas, expiaciones, crucifixiones, muertes, llantos, resurrecciones y gozos, salvo por el olor, el color y la luz de un día, que se agiganta y nos echa a la calle de nuevo, otra vez festivos, para empezar a atisbar a la vuelta de la esquina; ferias, cruces, romerías...

Por esto, hermano y amigo,  tal vez entiendas lo de irme a vivir a la Patagonia, y conociéndome bien como me conoces, muy probablemente, terminarás pensando, que acabaré hastiado de la fiesta de la Esquila o de cualquier otra tradición de esas lejanas latitudes y entonces, yo tendré que decirte aquello tan socorrido de: 

"fui a por lana y salí trasquilado" o rememorando a Gardel;  "como siempre, por una cabeza".