domingo, 13 de julio de 2014

Los espejos

El espejo transformó el mundo, el reflejo devuelto de nuestra imagen, la magia de mirarse uno mismo desde uno hacia el reflejo y del reflejo hacía uno. El icono de la vanidad, de la sorpresa, de la extrañeza, el reloj del tiempo, la simbología de lo inexplicable, el descubrimiento del niño que mira asombrado y mueve sus extremidades, guiña sus ojos, saca la lengua, posa intentando encontrarse, sonríe, ríe a carcajadas.
Surgió en las aguas y se industrializó como símbolo de poder a través de los metales, se perfeccionó con el vidrio y los cristales. El cristal era entonces, en sus inicios, tan preciado como el oro.
El espejo nos devuelve una visión unidireccional, hemos establecido con él una relación singular desde que éramos bebés, a través de él hemos creído conocernos por fuera y a veces también por dentro. Narcisos, eccehomos, proporcionados, desproporcionados, tullidos, lisiados, gordos, atléticos, altos, bajos, barrigones, sordos.
Una de las mayores tristezas de ser ciego es no poder mirarse en el espejo para saber qué cara tiene uno, cómo es su nariz y su boca, sus miembros, su cuerpo, la sonrisa y la tristeza y esos prados verdes de montañas preñadas de valles y hendiduras en la tierra cargadas de vida multicolor y de carne. No poder ver el mar ni la espuma blanca de las olas, ni el cielo que puebla nuestras cabezas durante toda la vida, ni la tierra ni el asfalto que pisamos, ni los ojos del ser amado, ni la belleza representada, ni la belleza presente en cada rincón del planeta. Amaneceres y atardeceres, noches de luna, y nubes flotando y cambiando cada día y nubes que desaparecen, y la lluvia cayendo…Porque nuestros ojos son cristales, espejos en los que se refleja el mundo. Hay gentes que sólo pueden ver su propio reflejo, pero no alcanzan a ver el reflejo del mundo, sólo pueden ver de cerca, a lo lejos no, también los hay que miran sólo a lo lejos. y jamás se miran en el espejo. No es necesario ser tan benévolo con uno mismo, siete veces menos bellos o siete veces más bellos, siete veces menos bestia o siete veces más bestia. El espejo multiplica los efectos y los defectos. exactamente por dos. O no? Hay veces que los espejos se multiplican por mil, o se convierten en puertas a otras dimensiones espaciotemporales, o se hacen añicos, esto dio lugar a supersticiones como la de la mala suerte asociado a su rotura, como en otro tiempo y ahora lo sigue siendo, derramar sal, que no es otra cosa que tirar el salario, nuestra riqueza.
Nuestra imagen plana está mermada de matices, necesitamos espejos tridimensionales, imágenes holográficas de nosotros mismos  al  unísono.
Hay gentes que se quedan atrapadas en los espejos,  saltan a su interior….y ven el mundo de otra forma. El espejo es uno de los símbolos de la humanidad. Obra de alquimistas, de magos, algunos dicen que de dioses. Presente en la mitología antigua y en la de nuestros días.
La literatura está llena de espejos o acaso el espejo está lleno de literatura.
Desde Narciso representando la vanidad supina, hasta Alicia introduciéndose en otra realidad a través de él, pasando por Drácula cuyo reflejo era inexistente como el del Hombre Invisible.
Desde la suntuosa Galería de los Espejos en Versalles, construída exprofeso para deslumbrar al visitante y mostrarle su cuerpo entero, hasta los espejos del Esperpento de Luces de Bohemia, esos espejos que te convertían en algo distorsionado. Desde la Venus reflejada en el espejo sostenido por el querubín que nos pintó Velazquez, hasta el personaje de la  bruja malvada y vanidosa, celosa de su belleza y temerosa de perderla por Blancanieves.

Desde la antigua Mesopotamia hasta nuestros días, el espejo es un artilugio totémico. Nos refleja a veces como maniquíes de nosotros mismos, nos devuelve lo que creemos ver o acaso lo que vemos. Los espejos han seguido conquistándonos en estos tiempos, al convencional se ha unido el espejo de la televisión, de los monitores que miramos, del cine que consumimos, en ellos vemos reflejados nuestras ilusiones, pesares, angustias y vivencias. Forman parte de nuestro presente y nos seducen con cantos de sirena, como en otros tiempos lo hicieron las aguas, los espejos de bronce y latón, las vidrieras y los cristales. 
Cuando te mires al espejo, seguro que ahora miras con otros ojos.

viernes, 11 de julio de 2014

Oh tempora!!!

La dependencia tecnológica es una constante de estos tiempos. 
Hemos introducido hábitos en el día a día actual que eran impensables hace diez o quince años. La ubicomunicación, la internet, la matrix que nos tiene atados a todos, en mayor o menor medida. Todo no está ya en los libros como decía un filósofo del siglo pasado, ahora todo está en internet, que tiene todos esos libros y nuestras vidas. Hemos aceptado las reglas, hemos firmado un contrato virtual que nos une casi de forma indisoluble, con esta enmarañada red, que cada cierto tiempo nos entretiene con tecnologías en boga, los sms se quedaron olvidados como un viejo recurso destinado a comunicaciones de compañías que no se atreven aún a enviarte whatsapp, compañías que te machacan con spams reiterativos que no te interesan en tu bandeja de entrada del gmail, del yahoo y del hotmail. Somos carne fresca que enseña sin ningún pudor su genero en forma de pensamiento, ideas, gustos y preferencias, audiovisualmente, gráficamente, por palabras, por textos, por comentarios, somos voceras gratuitos, prestidigitadores que buscan aplausos o adeptos, hemos descubierto un nuevo juego que nos permite comunicarnos con quienes queremos, hemos encontrado nuestro púlpito, nuestro espacio. Precisamos comunicar para sentir que estamos vivos y que esto no es un sueño o una pesadilla, que se repite con la insistencia de un boomerang. Somos actores de primera y segunda fila y voyeurs dispuestos a seguir realizando el rol para el que hemos sido preparados o para aquel que estamos dispuestos. Si no lo haces aquí, lo harás en cualquier otro lugar virtual, en tu correo, en tus búsquedas de google, en las cookies que controlan tu navegación, el porcentaje de internautas que bloquean las cookies. las galletas informáticas que te extraen tus hábitos de navegación, esas que saben lo que te interesa, lo que pueden ofrecerte, deben ser testimoniales, somos analfabetos tecnológicos la gran mayoría. Se nutren de nuestra simpleza. Descargamos aplicaciones cuyo modus operandi desconocemos, en nuestro teléfono inteligente, de forma gratuita, pensando que nos sale gratis, pero no te sale gratis, les estás ofreciendo en su bandeja tu vida, o al menos la parte de tu vida que a ellos les interesa. La realidad cotidiana se ha impregnado de lo virtual como una especie de parásito que nos extrae información que se vende al mejor postor. Les enseñamos cada parámetro que les interesa, las simpatías y antipatías, los likes, les decimos lo que nos gusta, saben lo que no nos interesa, lo que denigramos, lo saben todo de nosotros. Y frente a esto, tienes dos opciones, aceptas las reglas del juego o pones el interruptor de todo en modo off.



Oh tempora...

jueves, 10 de julio de 2014

Pesadillas



La chica se desnudó frente al espejo, se sonrió, encontrándose bella, sus senos parecían reírse de Newton y de la gravitación universal. Se depiló con suma delicadeza, pintó de rojo intenso, a juego con sus uñas, sus labios carnosos y sensuales. Alargó sus ya de por sí largas pestañas con rimmel, cepilló su cabello dorado, sedoso y brillante, se roció sutilmente con el perfume parisino que guardaba para la ocasión. Eligió su mejor vestido, uno blanco que marcaba con líneas tenues su estilizada figura… Se miró y remiró en el espejo, se tocó y retocó sus curvas, se vió desde cada una de las perspectivas posibles. Sonrió a su reflejo, a lo que ella veía de sí misma, estaba satisfecha de su imagen.

Su partenaire, en un punto distante de la misma ciudad, se disponía a afeitarse tras el zafarrancho de limpieza, imaginando una noche de siete y media.
Había conseguido al fin una cita con la chica cañón. Desde primera hora de la tarde se encontraba hiperactivo y excitable.
Abstraído en medio de su buena suerte, sonó el timbre de la puerta.
Era su vecina, señora ya mayor, viuda y algo sorda, que le rogaba en plan letanía le mirase el tdt, estaba viendo juan y medio cuando de repente dejó de verlo y le salió radio nacional. Siguió algo azorado a su vecina, que no paraba de gesticular y maldecir al mando y a la televisión. Por toda vestimenta, nuestro personaje llevaba  una toalla que le tapaba sus verguenzas y la cuchilla de afeitar en la mano.
Solucionó rápidamente el problema de la señora, sólo había que darle a una tecla del mando.
Intentó explicarle cómo podría solucionarlo cuando le pasara otra vez, pero la señora ya no le oía, visiblemente emocionada clavaba sus pupilas en la pantalla como hipnotizada, y le contaba que la que salía ese mismo instante por su idolatrado artilugio, era una vieja harpía, conocida suya, que había matado a disgustos a dos maridos y que buscaba un infeliz tercero.

- Toma asiento Emilio, quieres una cerveza? Te voy a contar la historia de esta bicha...
-   Doloooresss, tengo que irme, me esperan, otro día si eso.
- Como quieras hijo, pero el pograma hoy está mu interesante...
  - No lo dudo Dolores, pero es tarde.
- Adiós hijo, muchas gracias, no quieres una cervecita????
  - Gracias Dolores, me voyyy (respondía ya cerrando la puerta a sus espaldas)

Iba mal de tiempo, se había entretenido en exceso adecentando la casa, imaginando un colofón de película a su primera cita. En su nerviosismo, queriendo ganar tiempo afeitándose a la par que se duchaba, se resbaló con el gel de baño, perdió pie.
Como consecuencia del resbalón, la mano que sujetaba la cuchilla, quebró su firmeza, propinándose un tajo considerable en el bigote, tan incisivo, que por más agua que le echaba no paraba de manar sangre.
Salió de la ducha medio enjabonado y procurando mantener la calma en medio de aquel contratiempo tan fastidioso. Se colocó papel plateado en la herida, la intentó taponar con papel secante, pero seguía vertiendo sangre. Se puso una tirita y se sintió bastante ridículo con el aspecto que tenía, para colmo, era la única que encontró en el botiquín.
La tirita también se empapó del líquido bermellón. Su noche de siete y media empezaba como una blanca doble que se te queda colgada al final de una partida.
Ahora sonaba el teléfono, cuando ya se estaba colocando su camisa celeste tras volverse a meter en la ducha y secarse a toda prisa, advirtió que tenía una mancha de sangre!!!
Al otro lado del móvil sonaba la voz de su colega que se había quedado sin batería en el coche y le pedía que le ayudase a empujarlo, estaba a dos calles de su casa… 
Pero si su amigo no tenía coche…


Se puso una camiseta y unos pantalones cortos, llamó al ascensor y como tardaba en llegar bajó las escaleras como una exhalación. Corrió hasta donde estaba su amigo, empujó su coche que no arrancaba, una vez y otra, hasta que lograron hacerlo andar.
El amigo quería saber sobre su urgencia en marcharse, pero nuestro personaje no era de dar explicaciones, le incomodaba.

- Emilio, no te vayas, tengo que hablar contigo… lo de Gowex ha petao...
- No me jodas, invertí todos mis ahorros por tu culpa mamón...
- Eh, que yo también he perdido...
- Soy un gilipollas, lo peor es que lo sabía y aún así, caí como un perfecto imbécil.

Volvió al portal de su casa sudado y sangrante, contrariado, con el estómago chirriando y un nudo a la altura del pecho. Qué suerte; el ascensor estaba esperándolo…
Pulsó el séptimo, se cerraron las puertas y el ascensor emitió un ronco gruñido metálico y se paró entre la tercera y la cuarta planta. Pulsó el botón de emergencia, pero nadie contestaba al otro lado. Casi no había vecinos en el bloque, todos estaban de vacaciones, era verano en la ciudad. Con las prisas olvidó llevar su móvil, no sabía qué hora era, pero estaba seguro que ya en ningún modo iba llegar puntual a la cita.

Llegó un técnico que le sacó de allí en diez minutos, pero recordaba haber estado un tiempo impreciso que le pareció un suplicio.
Para entonces Emilio, contaba hasta tres mil procurando no perder la calma. La sangre, el sudor y la desesperación, habían hecho una liga a la que no estaba acostumbrado y que le resultaba especialmente cargante.

Vió a su chica o la imaginó esperando en el restaurante Millesmail sin perder de vista el móvil que había dejado en la mesa, aguardando un whatsapp, una llamada que no llegaba.

La imaginó levantándose de la mesa, enfadada, anulando la reserva, yéndose de allí a toda prisa, perdiéndose entre las calles de la ciudad, no sabiendo si regresar a casa, llamar a alguna amiga, o buscar en la agenda a algún pretendiente que pudiera sustituir a su inexistente amigo ausente. Toda la noche arreglándote para que te deje plantada un gilipollas que lleva guaseándote una semana.

Recreó cómo volvía para casa, ´cómo se quitaba la ropa con una mueca de fastidio, cómo se desnudaba, cómo se limpiaba su maquillaje y se sentaba frente a la cama, cómo se miraba al espejo sintiéndose un cisne abandonado como un patito feo. La vió desconectando su teléfono, durmiendo plácidamente tras un arrebato de amor propio que la relajó profundamente. Emilio pudo verla desde el ascensor, vio como Irene se acariciaba lentamente, pudo ver su cara de satisfacción, sus ojos cerrándose paulatinamente tras el climax.

Un beep insistente despertó a Emilio de su delirio matutino, había tenido una extraña pesadilla en la que todo parecía conjugarse para frustrar su cita con Irene, chica que conocía del fin de semana anterior. La nariz de Emilio sangraba y las sábanas estaban empapadas de sudor.

Abrió el whatsapp de su móvil, era de Irene.

- Salimos a cenar esta noche?