miércoles, 31 de mayo de 2017

Universos para lelos


En un ejercicio de abstracción considerable, motivado tal vez, por un enconado insomnio, he viajado a un universo paralelo.
Ha sido tan real que no sabría distinguir si ha ocurrido o sólo ha sido una figuración, una ensoñación, un puro sueño. En dicho universo, he podido descubrir a un tipo que se parece a mí, como una gota de agua a otra. Tiene la misma apariencia física que yo, el mismo rostro, pero parece algo más delgado, más musculoso, más atlético. Ha llamado mi atención, pero lo observo desde lejos porque sé que si me encuentro con él cara a cara, puede que desaparezcamos los dos o uno de los dos y yo no quiero desaparecer por nada del mundo.
Él no ha reparado en mi presencia. Yo llevo una gorra, barba descuidada y unas gafas de sol que ocultan mi rostro y procuro pasar desapercibido, no quiero que advierta mi presencia, lo sigo disimuladamente a una distancia prudente y si veo que va a pararse o a detener su marcha por cualquier motivo, me las ingenio para sincronizar el mismo movimiento fingiendo que miro el móvil o un escaparate.
Está bronceado y parece más joven que yo, va vestido de forma elegante pero sin presunción, parece un triunfador. Camina delante mía por una amplia avenida y me recuerda su forma de andar a la mía propia. Se para en una cafetería y se sienta en una mesa mientras mira su teléfono.
Al rato llega una mujer y por una extraña razón que no consigo entender o quizás estas cosas sean moneda común en los universos paralelos, se parece a la mía también como una gota de agua a otra, pero ésta tiene el pelo más largo y los labios pintados de un rojo intenso, vaya, que me gusta más que la mía. El se levanta y la besa en los labios, sonríen, vuelven a sentarse y empiezan a charlar animadamente. Me siento en la mesa de un bar en la acera opuesta, casi a la altura de ellos, pero separados unos metros y parapetado en mis gafas, simulando leer un periódico, los observo discretamente, como si estuviera en el teatro y ellos fueran los únicos protagonistas de una obra.
Irradian felicidad, se comen con la mirada, se dan la mano, se ríen al unísono, se besan de nuevo. Y cada vez que se besan siento como si yo me fuera diluyendo y mi desasosiego crece y mi incertidumbre también.
Parece que vuelvo a sentirme otra vez, cuando se han callado ambos y ahora sólo se miran el uno al otro embelesados. Entonces pasa un autobús enorme que parece no tener fin y los pierdo de mi vista por un eterno momento. Termina de pasar el infinito autobús y ahora sólo está él, ella no está, parece como si se hubiera esfumado. Qué contrariedad, era tan bella.
De repente, siento la necesidad de cruzar la calle y sentarme frente a mi otro yo, frente al individuo que se parece tanto a mí. Poseído por un oscuro deseo e ignorando todos los peligros inherentes de los universos paralelos, me encamino con paso firme a su mesa.
Y es entonces cuando ocurre algo para lo que no encuentro explicación, haciendo que mis neuronas choquen unas contra otras sin hallar la salida. Nada más sentarme, nada más mirarle a los ojos, el individuo que se parece a mí, el individuo que es clavado a mí, el individuo que creo ser yo mismo, desaparece, se volatiliza, y yo me quedo mirando su espectro evaporarse como el humo, como un boxeador en la lona tirado, como un buzo que se ha quedado sin oxígeno.
Me quedo como en trance, absorto, ido, hasta que una voz conocida, parece rescatarme de mi extraña visión. Es ella. La invito a sentarse después de besarla.
¿Por qué no te dejas el pelo largo y te pintas los labios de rojo, cariño?
Le pregunto sonriendo.
Entonces ella, aprovecha para preguntarme, a su vez…
¿Por qué no pierdes algo de barriga, vas al gimnasio y te quitas esas barbas de pordiosero?
Después del bofetón sin manos de ella, poco podía opinar, pero aquella visión de mi alter ego con la mujer igual a la mía pero más bella, me había dejado tocadísimo. 
No podía decir nada, no podía articular palabra.
- ¿Ya estás otra vez en tu limbo? Me inquirió ella mientras apuraba sus últimas caladas y yo bebía una cerveza más.
- No, cariño, estaba pensando que deberíamos ir a la playa este fin de semana, hace buen tiempo, le dije, como queriendo recomponerme de mi abstracción.
- Uhhh, tengo que hacerme la cera...
- Ah, sí, dije distraídamente mientras seguía rememorando las facciones de nuestros dobles. 
Llegó el camarero y trajo nuevas cervezas y volvió a pasar el autobús eterno y cuando terminó su estela, en el bar de enfrente, volvieron a aparecer ellos, en el lugar donde antes había estado yo. ¿Pero qué broma macabra es ésta? 
No daba crédito, seguían allí. Di un tragantón al tercio y me froté los ojos, Tal vez, aquello fuera una visión extraña propiciada por mi noche de insomnio. 
Ella volvió a interrogarme en mi abstracción, estaba de espaldas y no podía ver lo que yo veía. 
- ¿Qué te pasa? ¿Qué miras con tanto interés?
- A ver, es extraño, pero si te das la vuelta verás a dos personas que se parecen a nosotros en el bar de enfrente. 
Ella sació su curiosidad rápido, se puso a mi lado haciendo ver que cogía algo del bolso, depositado en una silla vacía entre los dos. 
- Ehhh... ¿Qué broma es esta? El se parece a tí hace unos años, está genial y ella es divina, soy yo misma. 
Empecé a reír, no estaba loco, ella también podía verlos.
Ellos parecían no advertir nuestra presencia, enfrascados en una conversación que parecía interesante. 
- Deberíamos ir a saludarlos... ¿No crees? preguntó ella.
- Ufff, no sé si será buena idea, y si desaparecemos nosotros?
- Pero qué dices? Venga, no perdemos nada, estoy intrigadísima. 
- He leído en algún sitio que podemos evaporarnos si nos encontramos con nuestro otro yo. ¿Es eso lo que quieres?
Ella comenzó a reír sin parar, la situación le parecía tan kafkiana como a mí... Bebió de un sorbo más de la mitad de cerveza sin parar de mirarlos. Me cogió de la mano y me levantó, y cuando íbamos a enfrentarnos con nuestros otros egos, volvió a aparecer el mismo autobús infinito.
Frenamos en seco, esperando que pasara, fueron unos segundos interminables para mí, porque el autobús me daba malas vibraciones. 
Ya pasaba frente a nosotros la cola del autobús eterno y mirábamos los dos expectantes de nuevo al bar de enfrente. 
Pero entonces vimos algo que nos dejó petrificados, algo que nos noqueó y paralizó por igual. 
En la misma mesa del bar de enfrente, estaban ellos, pero ya no eran como antes. El tenía un bastón en la mano y el pelo blanco como la nieve y ella había perdido también su juventud. 
Les quedaba un sustrato de nosotros mismos que ambos advertimos, era como si estuvieran desfilando el pasado y el futuro delante nuestra.
- Oye, vámonos para casa, me he puesto muy mala...
Yo seguía con la mirada perdida en aquella visión desasosegante, y mi pulso latía con vehemencia, pero no podía parar de mirarlos, no podía parar de fijarme en ellos. 
Entonces ellos parecieron advertir que los mirábamos, al lado de mí petrificada y blanca se hallaba ella, sin poder moverse, muy tocada y yo absorto. 
Nos miraron con una sonrisa que parecía condescendiente, con la sonrisa de la vejez, de la sabiduría, de la calma.
Volvió a pasar el autobús...