jueves, 10 de julio de 2014

Pesadillas



La chica se desnudó frente al espejo, se sonrió, encontrándose bella, sus senos parecían reírse de Newton y de la gravitación universal. Se depiló con suma delicadeza, pintó de rojo intenso, a juego con sus uñas, sus labios carnosos y sensuales. Alargó sus ya de por sí largas pestañas con rimmel, cepilló su cabello dorado, sedoso y brillante, se roció sutilmente con el perfume parisino que guardaba para la ocasión. Eligió su mejor vestido, uno blanco que marcaba con líneas tenues su estilizada figura… Se miró y remiró en el espejo, se tocó y retocó sus curvas, se vió desde cada una de las perspectivas posibles. Sonrió a su reflejo, a lo que ella veía de sí misma, estaba satisfecha de su imagen.

Su partenaire, en un punto distante de la misma ciudad, se disponía a afeitarse tras el zafarrancho de limpieza, imaginando una noche de siete y media.
Había conseguido al fin una cita con la chica cañón. Desde primera hora de la tarde se encontraba hiperactivo y excitable.
Abstraído en medio de su buena suerte, sonó el timbre de la puerta.
Era su vecina, señora ya mayor, viuda y algo sorda, que le rogaba en plan letanía le mirase el tdt, estaba viendo juan y medio cuando de repente dejó de verlo y le salió radio nacional. Siguió algo azorado a su vecina, que no paraba de gesticular y maldecir al mando y a la televisión. Por toda vestimenta, nuestro personaje llevaba  una toalla que le tapaba sus verguenzas y la cuchilla de afeitar en la mano.
Solucionó rápidamente el problema de la señora, sólo había que darle a una tecla del mando.
Intentó explicarle cómo podría solucionarlo cuando le pasara otra vez, pero la señora ya no le oía, visiblemente emocionada clavaba sus pupilas en la pantalla como hipnotizada, y le contaba que la que salía ese mismo instante por su idolatrado artilugio, era una vieja harpía, conocida suya, que había matado a disgustos a dos maridos y que buscaba un infeliz tercero.

- Toma asiento Emilio, quieres una cerveza? Te voy a contar la historia de esta bicha...
-   Doloooresss, tengo que irme, me esperan, otro día si eso.
- Como quieras hijo, pero el pograma hoy está mu interesante...
  - No lo dudo Dolores, pero es tarde.
- Adiós hijo, muchas gracias, no quieres una cervecita????
  - Gracias Dolores, me voyyy (respondía ya cerrando la puerta a sus espaldas)

Iba mal de tiempo, se había entretenido en exceso adecentando la casa, imaginando un colofón de película a su primera cita. En su nerviosismo, queriendo ganar tiempo afeitándose a la par que se duchaba, se resbaló con el gel de baño, perdió pie.
Como consecuencia del resbalón, la mano que sujetaba la cuchilla, quebró su firmeza, propinándose un tajo considerable en el bigote, tan incisivo, que por más agua que le echaba no paraba de manar sangre.
Salió de la ducha medio enjabonado y procurando mantener la calma en medio de aquel contratiempo tan fastidioso. Se colocó papel plateado en la herida, la intentó taponar con papel secante, pero seguía vertiendo sangre. Se puso una tirita y se sintió bastante ridículo con el aspecto que tenía, para colmo, era la única que encontró en el botiquín.
La tirita también se empapó del líquido bermellón. Su noche de siete y media empezaba como una blanca doble que se te queda colgada al final de una partida.
Ahora sonaba el teléfono, cuando ya se estaba colocando su camisa celeste tras volverse a meter en la ducha y secarse a toda prisa, advirtió que tenía una mancha de sangre!!!
Al otro lado del móvil sonaba la voz de su colega que se había quedado sin batería en el coche y le pedía que le ayudase a empujarlo, estaba a dos calles de su casa… 
Pero si su amigo no tenía coche…


Se puso una camiseta y unos pantalones cortos, llamó al ascensor y como tardaba en llegar bajó las escaleras como una exhalación. Corrió hasta donde estaba su amigo, empujó su coche que no arrancaba, una vez y otra, hasta que lograron hacerlo andar.
El amigo quería saber sobre su urgencia en marcharse, pero nuestro personaje no era de dar explicaciones, le incomodaba.

- Emilio, no te vayas, tengo que hablar contigo… lo de Gowex ha petao...
- No me jodas, invertí todos mis ahorros por tu culpa mamón...
- Eh, que yo también he perdido...
- Soy un gilipollas, lo peor es que lo sabía y aún así, caí como un perfecto imbécil.

Volvió al portal de su casa sudado y sangrante, contrariado, con el estómago chirriando y un nudo a la altura del pecho. Qué suerte; el ascensor estaba esperándolo…
Pulsó el séptimo, se cerraron las puertas y el ascensor emitió un ronco gruñido metálico y se paró entre la tercera y la cuarta planta. Pulsó el botón de emergencia, pero nadie contestaba al otro lado. Casi no había vecinos en el bloque, todos estaban de vacaciones, era verano en la ciudad. Con las prisas olvidó llevar su móvil, no sabía qué hora era, pero estaba seguro que ya en ningún modo iba llegar puntual a la cita.

Llegó un técnico que le sacó de allí en diez minutos, pero recordaba haber estado un tiempo impreciso que le pareció un suplicio.
Para entonces Emilio, contaba hasta tres mil procurando no perder la calma. La sangre, el sudor y la desesperación, habían hecho una liga a la que no estaba acostumbrado y que le resultaba especialmente cargante.

Vió a su chica o la imaginó esperando en el restaurante Millesmail sin perder de vista el móvil que había dejado en la mesa, aguardando un whatsapp, una llamada que no llegaba.

La imaginó levantándose de la mesa, enfadada, anulando la reserva, yéndose de allí a toda prisa, perdiéndose entre las calles de la ciudad, no sabiendo si regresar a casa, llamar a alguna amiga, o buscar en la agenda a algún pretendiente que pudiera sustituir a su inexistente amigo ausente. Toda la noche arreglándote para que te deje plantada un gilipollas que lleva guaseándote una semana.

Recreó cómo volvía para casa, ´cómo se quitaba la ropa con una mueca de fastidio, cómo se desnudaba, cómo se limpiaba su maquillaje y se sentaba frente a la cama, cómo se miraba al espejo sintiéndose un cisne abandonado como un patito feo. La vió desconectando su teléfono, durmiendo plácidamente tras un arrebato de amor propio que la relajó profundamente. Emilio pudo verla desde el ascensor, vio como Irene se acariciaba lentamente, pudo ver su cara de satisfacción, sus ojos cerrándose paulatinamente tras el climax.

Un beep insistente despertó a Emilio de su delirio matutino, había tenido una extraña pesadilla en la que todo parecía conjugarse para frustrar su cita con Irene, chica que conocía del fin de semana anterior. La nariz de Emilio sangraba y las sábanas estaban empapadas de sudor.

Abrió el whatsapp de su móvil, era de Irene.

- Salimos a cenar esta noche?