martes, 6 de mayo de 2014

Pequeñas tragedias cotidianas



Perder el móvil, la cartera, los papeles, las tarjetas bancarias, los documentos de identidad, las tarjetas de crédito de distintas compañías, el permiso de conducir, se dan con tanta normalidad, como el efecto de perplejidad, de contrariedad, inherente a tal eventualidad.

Desarmándonos, incordiándonos, llevándonos a un terreno tan jodido de atravesar como desesperante a veces, los departamentos de atención al cliente no hablan tu idioma, la página web te dice que te registres para poder quejarte, tienes que hacer una declaración jurada, ir al cuartel, al banco, al  cuartel, a la policía, al ayuntamiento, llamar a líneas 902 o 900, buscar una solución momentánea, hasta que volvemos a la normalidad secuestrada por el accidente de la pérdida o la sustracción. Aquí entran en juego habilidades en el manejo de este tipo de situaciones, de forma que puedes ahorrarte algunos pasos inútiles e innecesarios o por el contrario se puede convertir en un vía crucis, en donde puedes terminar asqueado de la burocracia y de la tecnocracia imperante, constatando cuán esclavos somos, de las cosas insignificantes que nos identifican a nosotros mismos con el entorno.

- Eh, es que he perdido todos mis contactos, el móvil estaba lleno de fotos, era mi agenda personal, ahí estaban mis cosas personales, estaba contento con él, hacía su trabajo, sólo me pedía cargar su batería. Ahhh, además tenía ahí todos mis contactos de trabajo.

- No sabes como te comprendo, me paso lo mismo hace dos o tres años, pero piensas para ti:
“ Pero si no te llaman machote, pero si hace dos años que no trabajas, nadie se acuerda de ti para trabajar, tu móvil pita con los correos del operador telefónico, de las compañías que gestionan los servicios que tu usas y pagas a precio de oro; luz, gas, agua, el mismo internet… Sólo te llegan facturas y correos basuras”

Te han robado tu cartera, con tu dni, el dni de tus hijos, el carnet del polideportivo, el del gimnasio, el carnet de estudiante universitario, la tarjeta del carrefour y del día, la del corte inglés, la de zara, los cupones y sorteos de loterías variadas que aún ni habías comprobado, esos que nunca tuvieron otro premio que algún reintegro aislado con lo mínimo despachable.

A la angustia que te sobreviene por la pérdida de la cadena que te mantiene en contacto con la realidad o la cotidianidad, que viene a ser lo mismo, la misma que casi nos iguala a todos, sea un artefacto o una cartera llena de tarjetas de plástico y algún dinero, unimos el miedo y la duda sobre el uso que puedan dar a nuestras extensiones, no de cabellos, extensiones de nosotros mismos, el móvil con su agenda repleto de contactos de los cuales únicamente te llaman 4 o 5 a lo sumo; tu hermana, tu padre, tu madre, tu amigo para beber cervezas o para salir de fiesta o el pesado de turno que te bombardea a whatsapps en cualquier grupo que tienes que silenciar desde el minuto cero. La inmediatez nos ha absorbido sin darnos cuenta y el afán por tenerlo todo controlado y estar on, es moneda corriente. No podemos imaginar una vida sin móvil, sin cartera no pasa nada, por lo general, está vacía. Pero si se te pierde, tendrás que pasar el quinario relatado antes.

Estamos presos de la tecnología, no sabemos vivir sin ella y convivimos con ella rozando límites patológicos. Y así acatamos como cosa cierta e ineludible, la ruptura de cualquier relación sentimental, o ponemos parches que arreglan pinchazos que vuelven a repetirse, desechando nuevas versiones de software o actualizaciones que no sirven para nada en los asuntos del corazón, podemos cambiar de pareja cada cierto tiempo tan fácil como de móvil o de calcetines, los sentimientos se mueren, se atascan, se transforman, pero nuestro dispositivo móvil y nuestros papeles, documentos y tarjetas, deben estar plenamente operativos, sin ellos, perdemos la conexión a esta extraña realidad que nos ha sido dada hace apenas diez años y a la que casi todos hemos terminado sucumbiendo.

En breve nos implantarán un chip para saber no sólo lo que pasa en nuestro exterior, también en nuestro interior, harán de nuestro cuerpo un objeto de estudio y consumo al servicio de las corporaciones de siempre y acabaremos aceptándolo con la misma supuesta naturalidad forzada que llevamos aceptando esta globalización tecnológica que parece comunicarnos a todos, en un inmenso espejo de vanidades, con reflejos deformes y palabras prostituidas, una inmensa maraña o telaraña llena de conexiones inútiles, de contactos baldíos, en la que a veces ocurren cosas extraordinarias, de repente alguien que está en tus antípodas, puede incluso comprenderte, o cuando menos, tacharte de loco y ser loco en estos tiempos, no es nada extraño, es más, es hasta una especie de suerte.