domingo, 27 de abril de 2014

Viaje a Ítaca



Nada ocurre por casualidad, el universo, tú mismo, eso que llamamos destino, acaba llevándote a una situación, que termina resultándote extraña, pero tal vez, necesaria, o cuando menos, clarificadora de tu sentido vital, tu no llevas las riendas, las cosas ocurren sin más, sin que tengas poder sobre ellas.
Nada se escapa a la casualidad y de paso a la causalidad, palabras parecidas pero distintas.
Así pues, cada causalidad devenga en una casualidad o viceversa y uno acaba aceptando que hay una especia de fuerza que te lleva a moverte y a discurrir por el mundo sin que puedas hacer nada por evitarlo.No hablaré de la ley de nada esotérico o místico, ni de lo que proyectamos desde nuestro fuero interno, ni de los ciclos de la vida, ni de los avatares del tiempo ni del clima. 
Uno se mueve casi como un animal que va a cargar sus pilas bajo el sol de la incipiente primavera, y también como alguien que busca la sombra, cegado por tanta luz, y las estaciones son ciclos y alegorías de nuestra propia vida, recipiente colmado de claros y oscuros, de luces y sombras, de agua y vacío.
Las gafas de sol repelen la claridad, y el móvil ese al que estás tan atado, se queda sin batería cuando más lo necesitas, o acaso, eso piensas tú, atado a su concurso, que sientes dominar una situación que realmente ni comprendes, ni puedes controlar. Nada parece ocurrir por casualidad, pero termina ocurriendo.
Algo parecido ocurre con los días y el devenir, nada es como lo imaginas, todo se sucede de distinta forma y terminas aceptando que tal vez esa sea la sal de la vida, no saber qué va a pasar, no tener ningún control sobre los acontecimientos que te van a suceder, sorprenderte en medio de un escenario enteramente nuevo y que no habías ni pensado ni imaginado, al menos, de manera consciente. En los sueños ocurren cosas imposibles, increíbles, inimaginables, y cuando recuerdas los sueños, la vida te parece un calco de ellos, porque la realidad misma, la supera.
No quiero pensar que atraemos lo que queremos o deseamos, quiero pensar que terminamos sopesando la realidad sobre el escenario que nosotros mismos construimos sin darnos cuenta, quiero pensar que los acontecimientos van por libre frente a nosotros que imaginamos el mundo.
No quiero pensar que no somos libres, que todos nuestros pasos están guiados por una educación y unas costumbres, que habiendo asumido como propias, no nos pertenecen, ni forman parte de nuestros deseos más recónditos.
No quiero pensar que ya no somos libres, que no somos dueños de nuestro propio destino, que no somos capaces de levantarnos del suelo y sacudirnos nuestras miserias morales y físicas.
Quiero pensar que somos algo más que ganado que pace y asiente con la cabeza, quiero pensar que aún quedan esperanzas por las que luchar, enemigos que combatir, hipócritas que desenmascarar, demonios que barrer y héroes que desenterrar. Quiero pensar que los héroes anónimos, un día , serán recordados entre quienes se llevaron la miel de una sociedad caduca y vencida, que aún siguen luchando gentes contra la barbarie y la mentira, contra la manipulación y el engaño. 
Tengo la vaga ilusión de pensar, que el mundo no es un sitio hostil y lleno de prejuicios, que no somos insignificantes en medio de esta tierra billonaria, que no nos diferenciamos de las moscas o de las hormigas, salvo por el pensamiento y por la idea, que en cierto modo, merecemos la eternidad u otra oportunidad de existir para la eternidad, o quizás solo un golpe de suerte que nos lleve a un puerto lejano en donde aprendamos a valorar nuestro viaje, de principio a fin, disfrutando cada una de sus escalas, en una comparación odiosa con los astros y el universo, porque al fin y al cabo devengamos en cenizas.