viernes, 18 de octubre de 2013

Silencien, taponen, encierren...

¿No os produce miedo y rechazo sentir que estamos dominados y gobernados por monigotes que nosotros mismos hemos aupado al poder? ¿Que todos estos políticos, de un signo u otro, terminan persiguiendo y acatando los mismos fines oscuros de quienes mueven sus hilos? ¿No os da tristeza comprobar en qué estado lastimero y postrado ha quedado esta vejada, pisoteada, vapuleada y denostada democracia que hace 36 años nos sedujo con cantos de sirena, esa que nos hablaba de igualdad, de libertad, de fraternidad, de solidaridad, dignidad y trabajo para todos? ¿No os hierve la sangre comprobar como imponen un nuevo orden y nos anulan cada día un poco más? ¿No sentís como involucionamos y como son tratados en los medios y en la vida quienes disienten y van contra corriente? ¿Acaso no habéis advertido como dosifican desde hace unos años cada cercenamiento que hacen de nuestras libertades, de los derechos que costaron siglos, revoluciones y mucha sangre instaurar? Os engañaron como a niños, os hicieron comprar casas que no necesitabais, coches caros, os abrieron sus puertas y ahora os la cierran en las narices, ellos nunca pierden, solo ellos han sido rescatados para lavar sus sucios negocios, sus cuentas que no cuadran, sus agujeros negros, sus conexiones con la política y con la mafia. ¿Acaso no os dais cuenta que está desapareciendo la clase media? ¿Que el mundo se está llenando de pobres, que se llenan los comedores sociales, que la gente zumba y revolotea alrededor de los contenedores y los cubos de basura como antes lo hacían los perros y las ratas?
El señor c de ningún partido voceaba esto a pleno pulmón en la plaza de la ciudad y sus únicos altavoces eran su garganta, sus cuerdas vocales, sus pulmones, la multitud revoloteaba con bolsas y prisas, pero un gran corrillo de curiosos se formó en torno a él. No en vano era Navidad, en esos días lo primordial era comprar, pero también observar y aquel discurso parecía del interés de unos pocos. Su voz se apagaba entre los villancicos navideños que salían por los altavoces de los grandes almacenes X y por las sirenas de policía que cada vez sonaban más cerca. El impacto del discurso caló hondo en algún joven, que oía con delectación a aquel profeta de barba larga y pelo canoso, que hablaba con parsimonia y precisión, con los ojos mirando al cielo y tal vez por eso y porque seguía hablando sin parar dando razones y razones que parecían no tener fin, no advirtió o tal vez sí, como unos individuos vestidos de paisano, se acercaban a él y en volandas lo llevaban al furgón policial. El profeta no opuso resistencia, aquella noche por fin dormiría y cenaría en el calabozo, y tal vez con suerte los próximos días, llevaba demasiado tiempo haciéndolo en el cajero del Banco S.