miércoles, 18 de junio de 2014

Tatuajes



El chaval se hizo un tatuaje en su brazo derecho, dentro de un corazón le grabaron el nombre de su amor; Jessi, cuyo nombre completo era Jessica de los Dolores. Jessica de los Dolores, se hartó del chaval y de su tatuaje insulso y encontró un nuevo candidato para lucir su nombre; Jonathan, que burro como él solo, se hizo otro que ponía - "Jonathan & Jessi", en artísticas letras ornamentadas. Jessica se buscó un nuevo recambio que se tatuó en sus muslos "Jessi, luz de mi vida"  Parecía éste el definitivo amor de Jessi, pero hete aquí que Jessi, volviendo por sus fueros, encontró otro loco dispuesto a eternizar su nombre de telenovela en su piel. "Jessi y yo" "Jessi, love" , "Jessi forever"  "Jessi only you" "Jessi ti amo" "Jessi always", jessi en letras de oro, Jessi ufana de coleccionar pieles con su nombre.
Jessi no buscaba el amor, sino pieles de incautos que estuvieran dispuestos a grabarse su nombre, buscaba hombres que la amaran e idolatrasen y grabaran su nombre esculpido.
Y encontró e inoculó su nombre de telenovela, en decenas de desorientados que quedaban obnubilados con su belleza, con su cuerpo de diosa, con sus ojos felinos, con su larga cabellera, con sus curvas de derrape.
Y cada piel arrugada durante toda una vida glosaría el nombre de la devoradora de pieles, o eso, o el laser.
Por entonces no había nada descubierto para eliminar los recuerdos de la memoria y las fallas del amor, de forma tan efectiva, como la tinta en la piel. 
La piel de Jessi no tenía tatuajes, pero adoraba ver su nombre en la piel de sus amores de recambio.
Cuando Jessi encontró otra piel que invadir, en la que quedaría su nombre esculpido en letras indelebles, no imaginó que sería ella la que terminaría tatuándose el nombre del último amor que había de tener, el único que se negó a tatuarse. Y ahora Jessi, rondando los sesenta, mira el nombre del amor frustrado cuarenta años antes, difuminado en su piel arrugada. 
Su único amor, el que se negó a tatuarse su nombre.

lunes, 16 de junio de 2014

La dualidad...



- Algo huele a podrido en Dinamarca, Horacio...

- No sólo allí, parece que se ha expandido al resto del mundo, profesor.

- ¿Crees que hay salvación posible?

- Ellos no van a salvarlo profesor, ellos van a salvarse  a sí mismos, aunque sea a costa de usted y de mí, de todos.

-Tienes muy poca esperanza en el ser humano, Horacio.

- ¿Y usted, profesor?

- Si te digo que no, te daré un mal ejemplo, por lo tanto, razonaré por todas las cosas que deberían llenarnos de esperanza.

- Adelante, enumere...

- Se despertará la conciencia entre vosotros y surgirán salvadores de la humanidad y de la tierra que la alberga por doquier, desaparecerán los errores en los que llevamos tropezando miles de años. 

- ¿De la noche a la mañana, profesor, eso es muy optimista, no?

- Eso está ocurriendo a través de las propias herramientas que se han hecho universales, todo se ha multiplicado, los tiranos y los profetas, los elegidos y los parias, los poderosos y la caterva, pero habrá escogidos entre éstos últimos que harán de la tierra un lugar más hermoso y habitable.

- Eso sería un caos profesor, usted sabe que para que eso ocurra, tendría que haber un apocalipsis, un armagedón, una exterminación importante de gran parte de la humanidad.

- Horacio, te empeñas en que todo tiene que acabar explotando como una traca, hay fórmulas para evitar eso, creo en la inteligencia y la bondad humanas, no podremos ser felices en un lugar donde puedan morir millones de personas, entre ellas, amigos, familiares, gente válida de cualquier signo. Crees que el hombre sigue siendo un lobo para el hombre. No podemos cimentar el futuro sobre una tierra en llamas y cenizas, sobre los huesos de semejantes.

- Profesor usted sigue la lógica del optimista? ¿Lo hace para fomentar el diálogo, para poner encima de la mesa, la dualidad? ¿Está convencido de ser mi contrapunto? ¿Cree usted en lo que defiende profesor?

- Quiero creer hijo, que tenemos la capacidad de solventar cualquier situación extrema con el menor de los daños posibles, confío en la armonía del universo, aunque su origen sea el caos, la vida no puede ser destruida, nuestra labor debe ser hacerla más perfecta, adaptarla a los cambios, respetar y lograr el máximo equilibrio.

- Profesor, su optimismo me abruma y habla de una forma genérica que me asusta.

- Horacio, te asusta el futuro porque te asusta el presente, eres tu quien debería defender la teoría que yo defiendo, porque tu eres quien puede cambiar las cosas, eres tu a la vez, el principio y el fin de todo lo anterior.

- Vuelve a generalizar en mí a la juventud, profesor.

- Yo sólo puedo alentarte para que luches y seas mejor, más disciplinado, más trabajador, más entusiasta, más meditador, de esa forma, estarás creando tu propio destino, de la misma forma que lo pueden hacer cientos de miles de personas, cada vez lo harán más y mejor.

- Puede que lleve razón profesor, pero...

- No te convenceré de nada, pero sabes que la única forma es la que te cuento, no puedes salirte del sistema, debes luchar dentro de él para cambiarlo, porque si vives de espaldas a él, el sistema podrá contigo. Así pues, mejórate a ti mismo, mejora tu entorno, lucha cada día como si fuera el último, no te abandones a la pereza y al conformismo, proclama en lo que crees y actúa con el ejemplo, no sólo con hermosas palabras, de esa forma, al menos, tal vez encuentres la paz que ansias y el camino en el que crees.

- Amén, profesor.




jueves, 12 de junio de 2014

El profesor


El profesor Heliodoro Lienmayer tenía su propia metodología, sin ser métodico.
Escogía al azar un día de la semana, para hablar de filosofía sin ceñirse al plan académico. Ese día, su concurrencia eran estudiantes novatos, de primer año, recién llegados a la universidad.
El Profesor Lienmayer amaba su profesión, tenía su propio sentido de la filosofía, tan subjetivo y ecléctico como el compendio de la filosofía misma, según él mismo pensaba.
En el aula tomaban apuntes y notas un grupo reducido de alumnos, no llegaban a treinta, si bien el aula podía albergar a más de doscientos. El profesor sabía que cada vez interesaba menos la filosofía, que parecía una disciplina relegada a la docencia o al estudio de sesudos filósofos de antaño...

Divagaba sobre sus insustanciales conjeturas de aquel primer día de un nuevo año académico, ser filósofo y a la vez un hombre corriente, con una familia casi testimonial, sólo vivía su anciano padre, no tenía compañera, ni hijos, se había entregado por completo a su pasión por la filosofía y los libros, era distinto a otros compañeros que llevaban una vida más al uso, con hijos, mujer, hermanos, padres, suegros, profesores de filosofía que pululaban por universidades e institutos, con una una hipoteca, un perro, un coche destartalado. Lienmayer tenía cierta serenidad y desapego de las costumbres sociales, sin ser un misántropo, vivía como tal.


Comenzó a hablar al auditorio, tras un carraspeo que sirvió para llamar la atención y de paso acallar el rumor que empezaba a crecer entre el nuevo alumnado, al que Lienmayer escudriñó con su mirada, reparando en el escaso número de mujeres que había en su clase...

"Tomen nota o escuchen, o ambas cosas, como quieran...
En el 2011 se alcanzaron los 7000 millones y pico de seres humanos en el mundo.
Más de 4000 millones de ellos en Asia, el resto, repartido entre los demás continentes. 
¿Cuántos pensamientos y neuronas caben en siete mil millones de cerebros a lo largo de la historia de la humanidad? ¿Cúal es la cualidad que nos identifica como los seres vivos supuestamente más creadores, transformadores y destructores de esta tierra que pisamos, de cinco billones de años, en la que apenas llevamos dos millones de años?
¿Qué nos diferencia de cualquier otro ser vivo, de cualquier animal o planta? 
¿No somos acaso finitos, no nacemos, no vivimos, no nos reproducimos y morimos cada uno en su tiempo? 

Nos diferencia todo cuanto hemos inventado para saber, para vencer cada miedo e interrogante, para saltar por encima de la plausible idea que estamos de paso y somos enteramente prescindibles, aunque para todos, la existencia sea la primera razón por la qué vivir, todos sabemos que el viaje tiene un comienzo y un fin certero, sabemos el comienzo pero el final está velado.

¿Acaso sabemos el nivel de sensibilidad e inteligencia de otros seres vivos, de otros animales, de otras plantas y árboles? 
De cualquier cosa que tenga vida propia... 
Somos hechos de la misma materia dicen algunos sabios, pero la materia es un concepto enteramente humano. ¿Acaso sabemos el origen y la finalidad de lo que hemos etiquetado como materia? ¿Conocemos la nada? ¿El vasto universo infinito? ¿La no existencia y la génesis del primer átomo de vida? ¿Acaso algún día podremos acceder al conocimiento velado durante milenios? Hipótesis y teorías innumerables para explicar enigmas sobre las que aún albergamos todas las preguntas. La filosofía parte de la interrogación, de la necesidad de saber, de nuestra curiosidad.
La tierra nos da la vida y en ella terminamos depositando cada átomo de nuestro cuerpo, cada código genético, cada resquicio de sangre y huesos para terminar convertidos en polvo, en barro, en cenizas que un día se integrarán en los eones de cenizas que vagan por el universo formado de materia y generando nueva materia, el universo conocido y el que nuestros instrumentos y ayudas tecnológicas actuales son incapaces de mesurar, de calibrar, de atisbar ..."

El profesor se quedó callado, miró su reloj, había llegado al ecuador de la clase y sentía que se estaba yendo por las ramas.
Los alumnos se miraban perplejos y escuchaban atentos.
Volvió a mirar su reloj e inesperadamente propuso un debate.

Los alumnos siguieron sentados, prestos a seguir tomando notas.
El profesor preguntó en voz alta si alguien sabía el objeto y la causa de la filosofía, alguien levantó la mano sin mucha convicción.

Horacio S. empezó a hablar tras la aprobación del profesor Heliodoro, que miraba con atención a éste, por alguna extraña razón, su cara le resultaba familiar, había algo en sus ojos, en la expresión de su rostro, en sus facciones... 

" La filosofía es la búsqueda incesante de preguntas sin respuestas por el mero hecho de amar el saber". 

El profesor asintió, dio las gracias a Horacio y continuó impartiendo su improvisada clase, pero seguía pensando en la cara de Horacio, cada vez con más intensidad, como si una idea fija se hubiera instalado en su cerebro, y de pronto, una luz se abrió, entre oscuros recovecos viajó a su pasado más remoto, a la adolescencia, casi 40 años antes... Continuó hablando como un autómata, ya su propio discurso era una cantinela para sí mismo. 

Su visión le dejó tocado, muy tocado... Pero seguía con su clase.

- Es desvelar lo que permanece oculto a nuestro intelecto, contagiarnos de la llama que nos hace ir más allá de cualquier prohibición ética, moral, racional incluso, para desvelar la verdad, es luchar por dotar de un sentido a nuestra finita vida, un regalo que disfrutamos y malgastamos pensando demasiado, qué contrariedad que por amor a una idea, uno termine empeñando su vida y haciendo de ello un premio o un castigo, porque a medida que utilizamos más el intelecto y la filosofía, seguimos sabiendo tan poco como al principio del viaje y si logramos saber, a veces, no es más que una pequeña muestra que no nos sirve de nada, frente a los grandes interrogantes de la humanidad desde el principio de los tiempos.  

El objeto de la filosofía debe ser vivir aprendiendo o aprender a vivir, sin ser un ser de apariencia humana con instintos básicamente primarios.

En un giro inesperado, el profesor le preguntó a Horacio S. qué le había impulsado o llevado a estudiar filosofía.

Horacio S. se mostró dubitativo por unos instantes para terminar respondiendo, que su filósofo favorito fue, era, su madre...


Algo contrariado el profesor, preguntó la razón de aquella admiración.


- Profesor Lienmayer, mi madre es una persona estoica y fuerte, me enseñó a amar los libros, a no prejuzgar, a buscar la verdad.


- ¿Cómo se llama tu madre, Horacio?


El resto de la clase asistía atónito al extraño diálogo que se estaba produciendo en medio de la clase del reputado profesor.


- Sofía Senda

El profesor tragó saliva, y retrocedió unos pasos para buscar casi a tientas la silla, no había sido ninguna mala pasada de su mente, se confirmaron sus sospechas, aquel chaval era idéntico a ella.


Lienmayer recordaba a Sofía, la amó en su adolescencia, fue un amor inconfesado, secreto, un amor en silencio, de esos que se forjan como ideales y que dicen ser platónicos. La vida les separó después, y ahora al cabo de cuarenta años, se encontraba con el que podía haber sido su hijo, con el que tal vez fuera su hijo. 


Porque Lienmayer volvió a ver a Sofía diecinueve años antes en una noche de verano y curiosamente allí frente a él, tenía al fruto de su amor, o no.

Horacio S. le recordaba a él mismo, a su anciano padre, a Sofía, sí, tenía que ser, no podía ser de otra manera. Qué giro del destino.

H. Lienmayer dio por finalizada la clase, visiblemente emocionado y a la vez confuso, supo en aquel mismo momento que tendría que replantearse el sentido de su vida y la base de su filosofía, tras descubrir que una parte de sí, podría vivir en un futuro, que hasta entonces había sentido como un gran agujero negro.